Por: Javier Barbero

www.javierbarbero.com.py

Todos escuchamos alguna vez que una mentira piadosa es un mal menor. Y también es cierto que en ciertas situaciones extremas mentir es lo más adecuado pues se trata de una estrategia de supervivencia.

Decir la verdad implica reconocer las debilidades de cada uno. Implica reconocer los errores, los fracasos, los malos momentos por los que se pasa. Implica reconocer que no se es perfecto y que nos faltaba algo de preparación o experiencia, por eso hicimos o actuamos de determinada manera.

Pero sobre todo, decir la verdad tiene la mayor de las recompensas en crecimiento personal y profesional: la confianza que generamos en los demás.

Por más que eventualmente nos cueste aceptar una realidad porque es muy cruda, por lo general, las personas al final terminamos agradeciendo el tesoro de "la verdad". También es cierto que hay quienes nunca se han propuesto decirla y viven en mundos de fantasía mintiéndose, primero, a sí mismos.

Hay paradigmas que nos encanta mirar como verdades; por ejemplo, que "hay que conseguir una pareja para toda la vida" (cuando hoy sabemos que la esperanza de vida se alarga y la gente con el tiempo tiende a cambiar), o que "la justicia existe" (siendo que, lastimosamente, esta no es igual para todo el mundo, por más que nos cueste aceptarlo). Asimismo, hay muchísimos otros paradigmas que se terminan cayendo y que, a duras penas, intentamos reconstruir para que el sistema de creencias no se fracture y no nos sintamos huérfanos y perdidos.

Incluso, ser veraces en nuestro día a día trae beneficios concretos a nuestro salud, como lo demuestra un estudio realizado por la psicóloga Anita E. Kelly junto a otros colegas en Estados Unidos. Allí, trabajaron con 55 personas personas durante diez semanas pidiéndoles que redujeran al mínimo las mentiras cotidianas de forma premeditada; mientras, en paralelo, se hacía el seguimiento a un grupo control al que no se le había dado ninguna instrucción sobre cómo comportarse. Analizando en el laboratorio una serie de parámetros ligados a la salud, comprobaron que las personas que reducían su tendencia a decir mentiras estaban más sanas, menos tensas y, sobre todo, sufrían menos dolores de cabeza y menos problemas de irritación de garganta que el resto de los participantes.

Si bien decir la verdad puede costar mucho dinero, multitud de problemas y que mucha gente se aleje, también es cierto que decir la verdad nos llena de energía sanadora.

Dejanos tu comentario