Por AUGUSTO DOS SANTOS

Periodista

Sucedió entre el 2034 y el 2039: un reacomodo de las placas tectónicas provoca cinco años de paulatina inundación del continente. El Atlántico llega hasta las orillas del –hasta entonces– río Paraná. (El tiempo paulatino es una licencia del autor para evitar que nadie muera a consecuencia de esta historia). Lo cierto es que para el 2039 somos desde Hernandarias en el Alto Paraná hasta Paso de Patria en Ñeembucú, costa marítima.

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El mar del Paraguay. Cuando se supo de este fenómeno, cinco años antes, el gobierno definió claramente que contar con mar abría tres desafíos fundamentales: la pesca, el negocio mercante y el turismo, alentando a diferentes sectores a organizarse."La perspectiva es histórica, se está jugando el futuro de un nuevo Paraguay", dijo en un discurso el presidente de entonces. El ejecutivo emite un decreto con los recursos y el staff de expertos que con mejor calidad y afinidad de propósitos podría llevar adelante el Plan Mar-PY 34/39. De inmediato surge un problema.

El Congreso impone que las comisiones "pro mar" deberían estar integradas por delegados de partidos políticos, con representación parlamentaria. Para el efecto vota y aprueba un proyecto que encarga a tres comisiones del Congreso el asunto.

El proyecto de turismo a congresistas con más viajes en los últimos cinco años; la cuestión de pesca queda con dos senadores que habían declarado de interés social la pesca de tarariras y la delicada función del comercio marítimo, por su complejidad técnica, lo dejan al senador que en su juventud fue timonel de un barco que hacía el paso entre Encarnación y Posadas.

Fue un año de intensos debates para diseñar este proyecto. Se presentó otro drama. Diputados no estaba de acuerdo con la metodología. En primer lugar plantearon que los miembros de la comisión debían ser de las regiones costeras del futuro mar y de inmediato bautizaron el perímetro como "Área de afectación del Mar del Paraguay".

Un diputado que nunca habló en sesiones pidió la palabra para preguntar si no se podía prohibir la inundación hasta organizarse bien. Otro propuso "la comisión de indemnización de afectados por el mar naciente" explicando que nuestros pescadores no tenían idea de lo que sería pescar en el mar por lo cual perderían sus puestos de trabajo, que recolectores de morenitas perderían sus espacios de cosecha, que las lavanderas no utilizarían ya las costas por el asunto de la salinización y que incluso habría un daño sicológico porque nuestros pescadores históricamente estuvieron acostumbrados a ver la costa opuesta y ahora ya no tendría esa referencia por lo que habría que ir apurando multimillonarias indemnizaciones.

Al tercer año de los debates aparecería un panfleto del EPP advirtiendo que rechazan todo mar que llegue hasta Paraguay porque sus playas solo serviría para el placer de "ricachones".

APA aparecería en escena solicitando un resarcimiento de 200 millones de dólares porque todas las canciones paraguayas que hacen referencia al río Paraná perderían vigencia, ante lo cual plantearían un sesudo trabajo de reingeniería literaria para reemplazar donde diga "Río Paraná" por "Mar del Paraguay".

En las FFMM se descubrirá una terrible sobrefacturación en la compra de submarinos de una oscura fábrica de chacinados en Andorra. Seis meses antes se abriría una agria discusión sobre si los miembros de las comisiones debían ser técnicos o políticos y si debían tener sueldos de Itaipú o Yacyretá.

A 37 días del arribo del mar, entregarían el proyecto al Poder Ejecutivo y 10 días antes se organizará la comisión. La comisión decidirá –con muy buen tino– que lo importante ahora es ir a conocer la experiencia de países que ya tienen mar y hacia allá tomarán sacrificados vuelos. Desperté de la pesadilla y me dije: "Mar paraguayo", dejá nomás.

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