Por Alex Noguera

Editor / Periodista

Ponerle la cola al burro es un clásico juego infantil que antaño se practicaba en los cumpleaños y que hoy, con tanto internet, quedó en el olvido. Consiste en vendar los ojos a los participantes, darles vueltas para desorientarlos, y luego –por turno– pinchar la cola en un dibujo colocado en la pared.

Una versión de este inocente juego se dio el viernes con la marcha de secundarios. Los invitados fueron unos 10.000 y el agasajado recibió botellas de agua de regalo. Todos estaban desorientados. Primero: el cumpleañero recibió el "gigantesco cero" que había prometido para otros, pero el baño de bendita agua le hizo abrir los ojos. Segundo: los invitados debían comportarse y no descontrolarse porque con esa actitud no generan aliados, que son lo que necesitan. Los que analizan a profundidad los sucesos sospechan que en algún lugar un despechado no invitado quedó con las costillas doloridas a causa de la risa por la ridiculez con que se desarrollaron los hechos.

Dejando de lado esa visión y retomando la realidad, la jornada del viernes debería ser objeto de lástima. Los jóvenes idealistas hicieron una admirable demostración de fuerza y organización, desafiaron "al sistema" y convocaron a miles de descontentos… pero se tomaron con el animal equivocado. No era en el sector de los orejas largas, sino a los de cola más fina donde debían reclamar.

Históricamente la educación fue un problema en Paraguay. Ya el doctor Francia obligaba a que todos supieran leer, pero no a debatir; luego de 1870 ni siquiera ya hubo aulas. Durante 35 años Stroessner sólo destinó 1% del PIB a educación y recién después del golpe de 1989 esta inversión sufrió incremento. Pero el país demoró un cuarto de siglo para superar un 3,7% y finalmente este año alcanzó un histórico 4,1%.

"Si se le cayese siquiera media teja del techo de su casa, y con mucha más razón sobre alguno de sus hijos, al día siguiente un séquito de albañiles estaría subsanando el peligro, sin embargo, si es para reparar aulas el trato es desigual".

Podemos ver el vaso medio lleno y presumir que República Dominicana apenas destina 2,2% a educación, o Perú 2,8% y Panamá 3,5%; u observar el contenido medio vacío con Colombia que llega al 4,4% o Chile y Uruguay que se anotan 4,5%, México 5,2%, Brasil 5,8%, Argentina y Costa Rica 6,3%, e incluso los bolivianos que dan cátedra con 8,7%. Y acá, mientras la Unesco recomienda una inversión de 7% y los alumnos exigen esta causa nacional, las aulas se caen a pedazos, incluso hiriendo a niños, que son hijos de algún paraguayo.

Cinco meses transcurrieron desde que aquel 5 de mayo Marta Lafuente "se hiciera a un lado". Asumió Riera y las negociaciones desembocaron en que el 11 de mayo se presentara el proyecto para declarar emergencia en la educación pública. Recién el 1 de junio Diputados aprobó el proyecto de ley y pasó al Senado.

Este tardó más de dos meses, exactamente 72 días, para que el 11 de agosto aprobara el proyecto de ley con la modificación de "interés nacional" lo que antes era "situación de emergencia la infraestructura de las instituciones educativas". Parece una burla, una afrenta.

De entre las miles de fotos que recogió la prensa durante la manifestación del viernes, hay una en la que se lee "Sacaron las ratas de don vito. Faltan los del Congreso". Con errores ortográficos, esa expresión refleja mejor que cualquier botella de agua dónde realmente está el problema.

Supongo que a cualquiera en el Parlamento si se le cayese siquiera media teja del techo de su casa, y con mucha más razón sobre alguno de sus hijos, al día siguiente un séquito de albañiles estaría subsanando el peligro, sin embargo, si es para reparar aulas el trato es desigual.

La jornada del viernes debería ser objeto de lástima: en el cumpleaños todos tanteaban pinchar la pared, en tanto un solitario cartel proponía cambiar el tipo de cola para que el clásico juego infantil tuviera sentido. Mientras, un invitado ausente reía a carcajadas. ¿Quién le pone la cola a la rata?

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