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París. A la par del inicio de la carrera presidencial, el país galo debate sobre los burkinis.
Esta semana Francia volvió de la playa para "la rentrée", el regreso a la escuela y el trabajo después de las vacaciones de agosto. Solo que el verano (boreal) fue cualquier cosa menos un descanso reparador. Comenzó con dos ataques terroristas, uno en Niza y otro en Normandía, seguido de una fijación política a lo largo de una semana con el "burkini", un cruce entre un burka y un traje de baño, que docenas de intendentes de ciudades turísticas junto al mar trataron de prohibir en sus playas. El resurgimiento de la política de identidad en Francia, en un momento de gran tensión sobre el islam y la seguridad, ahora parece que va a enmarcar las elecciones presidenciales del próximo año.
El debate sobre el burkini probablemente va a disminuir en la medida que las playas queden vacías. El 26 de agosto pasado, el más alto tribunal administrativo de Francia suspendió la prohibición impuesta en la localidad mediterránea de Villeneuve-Loubet después de que fuera denunciada por grupos defensores de los derechos humanos. El tribunal dictaminó que el intendente de esa ciudad no había demostrado la existencia de algún riesgo para el orden público y que la prohibición constituía una infracción "manifiestamente ilegal" a las "libertades fundamentales".
Si en Francia no estuviese en vigencia el estado de emergencia, el asunto hubiera estallado como lo hizo. Pero los franceses son extremadamente sensibles a las manifestaciones públicas de la religiosidad musulmana manifiesta. Los políticos, de vuelta de sus escondites de verano, se apoderaron del debate sobre el burkini.
Y no fue sólo la derecha. Manuel Valls, el primer ministro socialista, dijo que el burkini era una "esclavitud" para las mujeres y afirmó que era parte de un proyecto político para imponer reglas islámicas en Francia. Observó que Marianne, la figura femenina que simboliza la nación francesa, es clásicamente representada con el seno al desnudo. La implicación parecía apuntar a que las mujeres en burkinis eran anti-francesas, mientras que las verdaderas mujeres francesas andaban en topless.
Francia tiene una larga historia por tratar de mantener a la religión fuera de la vida pública. Una ley de 1905 atrincheró el principio de "laicidad", o estricto secularismo, después de una lucha contra el catolicismo autoritario. El país prohibió el uso del velo y otros símbolos religiosos "ostensibles" en las escuelas públicas en el 2004 y el burka –que cubre la cara– en lugares públicos en el 2010. De hecho, este tipo de leyes gozan de un amplio apoyo de todos los partidos. Sin embargo, el celo secular, a veces sobrepasa al sentido común, o a la sensibilidad hacia la minoría musulmana de Francia, la cual se estima en alrededor del 10% de la población.
A diferencia del burka, que está prohibido en la playa, el burkini ni siquiera cubre la cara. Como Olivier Roy, un académico francés del islam, señala, el burkini ofrece una cierta moderna libertad a las mujeres musulmanas que, de otro modo, ni siquiera podrían entrar al agua a nadar. Los islamistas de línea dura dicen, en primer lugar, que no permitirían que las mujeres tomen baño en las playas.
El frenesí del burkini establece el tono para una guerra cultural sobre la identidad francesa en temporada de elecciones. Nicolás Sarkozy, un ex presidente que compite por la nominación del conservador Partido Republicano, dice que quiere prohibir por completo el burkini. Lo mismo ocurre con Marine Le Pen, lideresa del ultraderechista Frente Nacional, quien advierte que está en juego el "alma de Francia".
Sin embargo, en medio de esta fiebre de la identidad política, algunas voces están tratando de apelar a la calma. Uno de ellas es la de Alain Juppé, ex primer ministro de centro–derecha y aspirante a la presidencia. Si bien apoyó las prohibiciones locales del burkini, dijo que lo propio a nivel de una legislación nacional sería provocativa. Otra, de la izquierda, es la de Emmanuel Macron, quien renunció el 30 de agosto como ministro de Economía.
La partida de Macron era ampliamente esperada. En abril lanzó un nuevo movimiento político, En Marche! ("¡En movimiento!"). Aunque no llegó a declarar esta semana que iba a postularse para presidente, eso puede ser solo una cuestión de tiempo. Ex asesor del presidente François Hollande, Macron es ahora un rival sin ambigüedades de su antiguo mentor socialista, cuyas posibilidades de aspirar a la reelección se reducen con el paso de los días. El ex ministro está tratando de construir una plataforma de reforma económica para resistir al nacionalismo populista.
DESPUÉS DE LA INTERNACIONAL SOCIALISTA
Al renunciar a su cargo de ministro, Macron dijo que su experiencia en el gobierno le había enseñado los límites del sistema político actual. Ahora esperaba volver a dibujar el mapa partidario, conquistando apoyo tanto de la izquierda, como de la derecha, para un movimiento pro europeo, centrista, que abarcará una política progresista con mentalidad global. Este es un gran desafío, sobre todo porque Macron nunca antes se había presentado a elecciones para un cargo, no tiene recursos financieros y tiene poco apoyo parlamentario.
También parece ir en contra del estado de ánimo nacional. Después de 18 meses de bárbaros ataques terroristas, Francia se inclina hacia ajustar todavía más las restricciones a la libertad, no relajarlas. Liberado de las limitaciones de la cartera de Economía, Macron será ahora capaz de hablar sobre cuestiones como el terrorismo y la religión. Con el país tan al límite, Francia podría utilizar una dosis mesurada de reflexión.