Por Jorge Vera

Enviado especial

Víctor Roa se emociona. Se emociona porque tiene el mar en frente y no puede creer la manera que eligió para llegar hasta acá. Se emociona él y emociona a la gente que al observar su bicicleta –cargada de cosas- y la bandera paraguaya en la parte de atrás, entiende que su presencia allí acarrea una aventura interesante. Se acercan y le preguntan si vino en bicicleta desde Asunción. Él les responde que sí. Entonces lo abrazan, lo felicitan y hasta le piden una foto.

Esta aventura comenzó el 1 de agosto a las 7 y media de la mañana cuando Víctor salió de su casa –ubicada en el Barrio San Pablo de Asunción- para emprender el viaje más largo de su vida. Comenzó esa mañana pero en verdad comenzó mucho antes. Porque Víctor tenía tan sólo 11 años cuando su padre falleció. Ese golpe cambió su vida para siempre. Su madre se había quedado sola y él, a pesar de su niñez, sentía la responsabilidad de ayudarla. Por esa razón tomó la bicicleta y comenzó a trabajar. Iba y volvía del centro todos los días porque colaboraba en un taller mecánico donde se dedicaban a arreglar los frenos de los vehículos. "La gente podrá decir que mi mamá fue una señora inconsciente por dejarme ir y venir en bicicleta siendo yo tan chiquito, pero no había otra", cuenta Víctor mientras camina por las veredas dibujadas de la Avenida Atlántica de Rio de Janeiro.

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La bici se convirtió en su estilo de vida. Hasta ahora. Se traslada a su trabajo –es encargado del gimnasio y la pista de la Federación Paraguaya de Atletismo- y a la mayoría de sus actividades de la misma forma: pedaleando. Es su medio de transporte pero también es su pasión. Una persona le regaló esta bicicleta y le dijo "Víctor, quiero ver llegar lejos esta bici". "La voy a llevar a Brasil", retrucó él sin saber que iría tan pero tan lejos.

Entonces la vida, de vez en cuando, se hace amiga y presenta oportunidades para llevar adelante los sueños. Y así como trabajó y se recibió de bachiller a la vez –incluso cursó 2 años la carrera de Hotelería y Turismo en la Universidad- este hombre de 37 años decidió lanzarse a un viaje de 18 días con un recorrido de casi 2000 kilómetros.

Su amigo Javier Cabrera lo acompaño hasta Ciudad del Este. "Es un gran lorito óga, no pudo acompañarme todo el trayecto", dice Víctor en medio de risas y sin dejar de agradecerle. Fue allí que se dio uno de los momentos más complicados. Estuvo a punto de abandonar la proeza ante la preocupación de una persona muy cercana que le dijo "Víctor, no hace falta. Me preocupa que vayas así, tan sólo". Esa charla duró algunos minutos. Víctor aseveró que si ella no le apoyaba hasta el final, no lo iba a hacer. Y como todo se alinea para que las cosas sucedan, la persona en cuestión cambió el aspecto de sus palabras y cerró la conversación con un "andá y cumplí tus sueños".

La aventura siguió sus intrépidos pasos. El solo hecho de andar en bicicleta tantos kilómetros supone un cansancio importante. Pero si la bicicleta pesa cerca de 70 kilos, mucho más! Llevaba consigo repuestos para la bici, ropa, botiquín, elementos de aseo personal, entre otras cosas. Todo eso tuvo que armarlo y montarlo de la manera más ordenada posible y así lo hizo. El viaje era largo y la soledad era la única acompañante.

Tomó la ruta BR-116 y miró el horizonte. Se puso como objetivo cumplir aproximadamente 100kms por día. Descansaba lo necesario y seguía. Durante el trayecto tuvo 4 pinchazos en las ruedas. Sin saber dónde encontraría una gomería cada vez que le acontecía, tuvo que caminar cerca de 3kms en cada una de esas ocasiones para hallar la solución.

Los solidarios camioneros y automovilistas que se le cruzaban en el camino le preguntaban si todo andaba bien. Si necesitaba algo. Mientras tanto, su madre, Ña Emilce, rezaba desde la capital para que su hijo no tenga inconvenientes. "Se sufre, hay partes donde solamente querés llegar y sabés que falta mucho", comenta Víctor. "Agradezco a mi familia, mis amigos y a una persona muy especial que espero sea mi novia al volver. Si llegué hasta aquí es por el aliento y el apoyo de ellos y gracias a Dios que estuvo conmigo y no me abandonó", agrega.

Durante el trayecto no necesitó demasiado de los medicamentos. Tomaba algún antinflamatorio y un relajante muscular antes de dormir. Lo único que no asimiló bien fue la poca comida brasilera que ingirió por el camino: "No me caía muy bien, tiene muchos condimentos. Siempre tomaba un buen café en alguna estación de servicio para asentar todo y tener pilas. Eso me venía perfecto", explica Roa.

Sin GPS y con el corazón en la ruta, este autodenominado loco de la vida logró la hazaña. Cerca de las 14hs del jueves 18 llegó a Rio de Janeiro.

Ya en Copacabana, disfrutando de su hazaña.[/caption]

Se hospedó en un hostal ubicado en la esquina de las calles Tonelero y Lacerda Coutinho. Allí conoció a otro loco, un tal Jerry de México: alpinista profesional y realizador de documentales extremos. Juntos comparten sus experiencias y llenan de anécdotas la charla. ¡Qué sería de este mundo sin estos locos divinos!

Víctor se quedará a observar la prueba de maratón en estos Juegos Olímpicos. Llevará su bandera tricolor y alentará al compatriota Derlys Ayala. Hasta el momento, tiene pasajes en bus para volver. Pero un admirador de su epopeya que radica en Rio, está gestionando un pasaje en avión para regalárselo.

En Asunción le espera un rico asado y una cerveza bien fría. Le esperan su mamá, su hermano Rodrigo, su hermana Fátima y sus sobrinos Augusto, Sebastián y Cecilia. También le espera esa persona especial, con la que quiere recorrer no solamente 2000 kilómetros, sino toda su vida al lado.

"Hasta ahora no dimensiono lo que hice", expresa Víctor mientras aprecia la belleza de las olas del mar Atlántico. Tampoco asegura que será la última aventura de su vida. Porque los desafíos tienen un final. Pero lo que uno nunca sabe, es qué tan lejos se encuentra el siguiente.

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