- Por Enrique Vargas Peña
Estuve leyendo el editorial que el diario ABC Color dedicó en los últimos días a unas expresiones del senador Mario Abdo Benítez, criticándolas duramente por reivindicar, según el diario, al régimen dictatorial de Alfredo Stroessner (http://bit.ly/2bbkS5z).
Conociendo algo a Marito, debo decir que hasta donde le he escuchado, él reivindica las obras de Stroessner pero no su método de gobierno, lo cual podría leerse, tal vez, como una suerte de revisionismo histórico que busca atenuantes para la dictadura, pero difícilmente como una justificación del sistema autoritario.
No voy a cuestionar a Marito el esfuerzo intelectual que realiza para disculpar la actuación de su propio padre porque me parece injusto, desde cualquier punto de vista, que se pretenda que un hijo condene a su progenitor, más aún cuando su padre fue con él como cualquier papá que quiere a sus hijos.
Cuando se escriba sin pasiones la historia del régimen autoritario paraguayo, ciertamente podrían decir que Stroessner fue menos malo que los colorados que le antecedieron, pero ciertamente tendrán que decir que fue mucho peor que el peor de nuestros gobiernos democráticos.
Creo que Marito puede entender que las obras del régimen autoritario se realizaron con gran ineficiencia y que algo falló rotundamente pues en los años de autoritarismo transcurridos entre 1940 y 1989, Paraguay siguió siendo muy pobre mientras en ese mismo período de tiempo las democracias de Costa Rica y Uruguay sacaron a sus pueblos de la pobreza.
Por eso entiendo que es muy pertinente y muy necesario que, de cuando en cuando, los medios recuerden a los políticos que, aunque se han contabilizado las obras hechas por el régimen autoritario instaurado el 18 de febrero de 1940 por el general José Félix Estigarribia y consolidado luego por Stroessner, no se han contabilizado aún las obras no hechas por los pedidos de coima, las obras impedidas por los robos, las obras reducidas por dicho régimen, para no hablar de las violaciones de derechos humanos de las que ya se hizo cargo el editorial de ABC mencionado al principio.
Porque si "el poder corrompe", como muestra Lord Acton, "el poder absoluto corrompe absolutamente", hasta el punto de hacer creer a quienes lo detentan que pueden violar la libertad de conciencia y castigar a quienes no piensan como ellos.
Y tampoco se ha explicado suficientemente, ni se explica, el modo en que esos dictadores pudieron ejercer su dictadura.
Estamos en un momento en que muchos políticos, de todos los partidos, aún sin reivindicar las obras de Stroessner, están impulsando el restablecimiento del marco institucional que le permitió administrar nuestro país como si fuera su empresa particular (http://bit.ly/2aI1sFC) (http://bit.ly/2b3kvYx).
Ante nosotros hay un proyecto en marcha para reducir los poderes del Congreso con el objeto deliberado de condenarlo a la misma impotencia que le impusieron Estigarribia y Stroessner.
Eso es mucho más dañino que añorar las obras de Stroessner, que son recuerdos del pasado, pues este proyecto de reducir los poderes del Congreso es para el futuro. Este proyecto no es para recordar a un déspota muerto, es para restablecer el despotismo.
Como lo demuestran fehacientemente y más allá de toda duda razonable las involuciones institucionales de Ecuador, Bolivia, Venezuela y Nicaragua, ellas tienen como piedra angular la reducción del Poder Legislativo a la misma insignificancia a que lo redujo Estigarribia en nuestro país.
Ciertamente muchos miembros del Congreso no contribuyen mucho a la defensa de su actual posición constitucional, con encubrimiento a sus miembros con posible conducta irregular como Víctor Bogado o José María Ibáñez o el tipo de falta de seriedad que puso de manifiesto el senador Eduardo Petta con ocasión de la interpelación del ministro Ramón Jiménez Gaona.
Pero las fallas de muchos miembros del Congreso no significan que las actuales funciones del Poder Legislativo estén mal, solo significan que nuestro sistema de listas sábana impide a nuestro pueblo poner en el Congreso a gente mejor e impide a nuestro pueblo controlar mejor a sus representantes.
Las dictaduras de Estigarribia y Stroessner nos mostraron a los paraguayos que el dinero del pueblo, nuestro dinero, no se debe entregar sin revisión, sin escrutinio, sin control, sin garantías, al Poder Administrador. Dichas dictaduras nos mostraron que sin revisión, sin escrutinio, sin control y sin garantías, el dinero del pueblo se usa para beneficio particular de los administradores y de sus amigos, socios y correligionarios.
No creo que nadie mínimamente serio se atreva a negar que el dinero del pueblo se malgastó durante las dictaduras y que los dictadores entregaban cargos públicos, contratos públicos, privilegios públicos, beneficios públicos a sus allegados, destruyendo el principio de igualdad de oportunidades que es fundamental en toda República que se precie.
No es que ahora no se haga, pero ahora ocurre como contravención, como escándalo, como ruptura del orden normal. Durante las dictaduras era lo normal.
Estoy seguro que mucha gente desea volver a eso. Sobre todo los que, olvidando lo que les pasó a los cómplices de Estigarribia y a varias camadas de cómplices de Stroessner, suponen que serán los beneficiarios de restablecer la arbitrariedad. Pero estoy mucho más seguro que una enorme mayoría de paraguayos no desea ya que la función pública sea coto privado de nadie.
Sin un Congreso fuerte, volveremos al pasado. La libertad depende de que el poder sea controlado siempre, e institucionalmente los controles dependen de que haya auténtica división de poderes. Ya lo señaló Montesquieu y ya lo confirmaron Estigarribia y Stroessner al minimizar al Congreso y lo reconfirman hoy y ahora los bolivarianos Nicolás Maduro, Daniel Ortega, Evo Morales y Rafael Correa.
La libertad no depende y jamás ha dependido de que un administrador sea bueno o iluminado y esta es la lección histórica del proceso conocido como "Despotismo Ilustrado" de los siglos XVIII y XIX. Habrá sido ilustrado, pero fue despotismo.
La libertad depende de la división de poderes y de que esa división sea real y efectiva y no un adorno formal. Nuestra Constitución tiene una división real y efectiva de poderes y no como las de Estigarribia (1940) y Stroessner (1967) en las que una retóricamente declarada división de poderes era un adorno que encubría la real concentración del poder en el Ejecutivo.
No deberían olvidar estos políticos como Mario Abdo Benítez cuando evocan al pasado.