Por Marcelo A. Pedroza

COACH – mpedroza20@hotmail.com

Apreciamos un cambio conforme a los criterios subjetivos con que lo hemos valorado a partir del punto de inicio del mismo. Fue Ernst Heinrich Weber, médico alemán (1795-1878), quien creó la ley de la sensación, conocida también como Ley de Weber, desde donde estudió la relación causal entre los principios físico-químicos y los hechos que el ser humano realizaba.

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El tecnicismo expresado de su enunciado esboza lo siguiente: la capacidad de apreciación ante un cambio se basa en el valor relativo de la variación respecto del valor de partida. Los ejemplos de su exposición están enmarcados por números, lo que hace visible lo que pretendía explicar al universo lector.

Se esmeró en demostrar que cuando un estímulo era intenso, la sensación que producía era proporcional al mismo. A su análisis fundante se le acopló Gustav Theodor Fechner, físico y filósofo alemán (1801-1887), que desarrolló lo que es conocido como la versión actual de la teoría del profesor Ernst, y que permitió que la misma pase a llamarse la ley Weber-Fechner.

Yendo a la práctica numérica con la cual han tratado de explicar el fenómeno en estudio, los investigadores citados concluyeron que: si estamos sosteniendo en nuestra mano una masa de 100 gramos, tal vez no lo podamos distinguir de otra de 105 gramos, pero sí de uno de 110 gramos.

Entonces explicaban que en el caso expuesto el umbral para discernir el cambio de masa era de 10 gramos. Y para hacerla más visible y convincente a la ley que pregonaban, avanzaron en el volumen de peso y dijeron que en el caso de una masa de 1000 gramos, aquellos 10 gramos anexados en el primer ejemplo no serían suficientes para notar la diferencia, debido a que el umbral debía ser proporcional a la magnitud del estímulo, pero si se le añadían 100 gramos ahí sí era posible notar la diferencia.

En ambos supuestos hacían hincapié en el arbitrio del que poseía el pesaje para determinar las proximidades del porcentaje que permitía la proporcionalidad y de la sensibilidad con la que contaba.

Alguna vez y quizás cuantas veces en la actualidad es posible identificar el asunto específico y el tiempo en el que se vivió o se vive, hemos tenido o tenemos la oportunidad de encontrar el umbral que marca la diferencia entre aquello y esto, entre lo que pasó y está pasando, entre lo ideado y lo practicado, entre lo que dijimos y lo que decimos, entre lo que prometimos y cumplimos, entre lo que soñamos y concretamos.

Y puede ser extensa la lista que se dedique a unirlos entre de una cosa y la otra. Weber hablaba de una relación matemática entre la intensidad de un estímulo y la sensación producida por este, por eso le llamó a su trabajo la ley de la sensación.

Surge traer a colación el vigor de la luz, lo que se ve o lo que se podría llegar a distinguir; lo que se escucha o lo que se podría llegar a escuchar; lo que se toca y lo que podría llegar a tocarse, y este potencial escenario de disyunciones podría extenderse a todas las manifestaciones sensoriales con las que podemos contar, y con las cuales podríamos construir umbrales significativas para nuestras vidas. En todos los casos la presencia de la intensidad aumentaría la capacidad de percibir las distinciones expuestas.

Los aportes de la psicofisiología enseñan a descubrir la relevancia de las sensaciones, dado que pueden causar importantes avances y generar valiosos enfoques.

La sociedad, como eje constante de procesos vivenciales, necesita del aporte sensible de cada habitante para producir perspectivas y acciones que permitan el crecimiento colectivo de sus habitantes.

Cada espacio social puede encontrar los aspectos centrales desde los cuales puede iniciar, o pueda sostener en el caso que ya estén claramente identificados, las acciones que lleven a diferenciar los avances que se dan y que estimulan la consecución constante del crecimiento de sus actores. Entonces los esfuerzos aunque se midan en gramos podrán impactar como si fueran grandes cantidades, y en esto la atención apreciativa cumplirá un rol determinante.

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