Por Pablo Noé

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Director periodístico La Nación TV

Publiqué ayer en mi muro del Facebook una anécdota del fin de semana pasado, cuando recorría algunos lugares de Asunción. En el texto decía esto:

"Tengo que admitir que es mi culpa por no sumarme a la masa. Por eso, cuando estuvo de moda visitar Loma San Jerónimo no di la vuelta por ahí. Esperé que el flujo de gente disminuya para conocer ese lugar que en todas partes recibía elogios y era objetivo de miles de imágenes muy lindas.

"El sábado, como andábamos por ahí, le dije a María (mi esposa) para ir a conocer el barrio tan emblemático con nuestros 4 hijos.

"Nos recibió un fuerte olor a orín que inundaba el ambiente. En la famosa escalinata estaban unos vagos tomando vino en cartón a las 11:00, seguramente esperando el clásico. Con cara de sorpresa, miramos algo del entorno y salimos presurosamente del lugar.

"Ojalá que haya sido una mala experiencia solamente y que la fama de la Loma se mantenga durante todo el año y no sea una cuestión temporal".

Inmediatamente comencé a tener una serie de repercusiones, no tanto en el post, más de manera privada. Al margen de la situación específica, sin entrar a profundizar en el caso de Loma San Jerónimo, porque sería irresponsable hablar desde el desconocimiento, me puse a reflexionar sobre las responsabilidades en situaciones que involucran a proyectos barriales, en donde existe también participación de instituciones estatales, ya sea del Gobierno o de la municipalidad.

El cambio, más que nada, debe ser cualitativo, modificando la raíz de la conducta de la gente, proyectando los beneficios que conlleva un modelo de vida diferente.

Lo simple es culpar de todo a los organismos, diciendo que no se aporta nada para este tipo de proyectos, que tuvieron una difusión masiva y que llegaron a transformar una zona en calidad de vida y en imagen. Lo difícil, y es el paso que debiéramos dar, es analizar el compromiso ciudadano en estos temas. No solo de los vecinos, sino de los ciudadanos en su conjunto.

Existen un montón de modelos de éxito en nuestro país que nos demuestran a cabalidad que el esfuerzo colectivo es el mecanismo de salida a las limitaciones que se pueden atravesar en una cuestión puntual. El cambio, más que nada, debe ser cualitativo, modificando la raíz de la conducta de la gente, proyectando los beneficios que conlleva un modelo de vida diferente.

De los casos emblemáticos que se pueden citar, es bueno recordar una vez más el ejemplo de la ciudad de Atyrá como ejemplo de trabajo en conjunto. Allí no solo se puede notar la limpieza de sus calles, sino que todo aquel que la visita sabe que no puede despegarse del esquema de organización que fue montado por los ciudadanos junto con sus autoridades. Quienes estuvimos allí sabemos que es una vergüenza tirar un papelito a las calles, algo que lo podemos hacer sin ningún drama en cualquier otro paraje de la República.

La pulcritud de las calles es solo el rostro evidente de una transformación real, porque en la organización política de la ciudad cordillerana se puede entender que el proceso se incorporó como esquema de trabajo. Los recursos de Fonacide, dilapidados en otras poblaciones, son correctamente invertidos en Atyrá, lo que rubrica que un proceso de cambio positivo es factible en todas sus dimensiones.

Muchas veces creemos que los que se presentan a cargos electivos son los que van a cambiar el destino del país y nos equivocamos profundamente, a pesar de que existen demasiados casos que nos demuestran lo contrario. La revolución real está en nuestras manos, somos los ciudadanos quienes debemos marcar el camino de lo que queremos para satisfacer nuestras necesidades. Si seguimos sin entender esto, vamos a continuar en la misma miseria que nos agobia.

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