Por: Javier Barbero

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Hace un par de semanas que vengo pensando qué obsequiarte este domingo. Si bien nunca le doy demasiada importancia a los festejos comerciales, hoy por alguna extraña razón mi corazón me dice que sí, que te regale algo.

Por eso, aquí me encuentro escribiéndote una carta para decirte algunas cosas que siento. Lo primero es contarte que no me alcanzará el tiempo para agradecerles a vos y a mamá que me hayan permitido vivir. Venir de vos es un regalo tan inconmensurable como el infinito universo.

Es cuantioso el amor que siento ante el hecho de que amándose ambos me "permitieran". Que me hayas dado la vida, papá, es lo primero y más valioso que adoro.

Después, quiero agradecerte que hayas aprendido a ser mi padre. En el camino se te fueron rompiendo a pedazos algunas de tus grandes expectativas y aun así pudiste transitar el camino de la aceptación y el amor para permitirme ser yo mismo.

Animarme a ser yo mismo ha sido mi mayor y más hermoso acto de desobediencia, papá querido. Con mis idas y regresos, con mis metidas de pata y mis aciertos, con todos los precios pagados, siempre te las arreglaste para hacerme saber que lo que más te importaba era que yo me sintiera realizado y feliz.

Hoy, que estoy más grande y miro muchas cosas en perspectiva, comprendo que es justamente ese acto de desobediencia y rebeldía lo que me convierte en un hijo digno de su padre. Porque de vos aprendí a reinventarme. De vos aprendí que no son las circunstancias las que nos definen. De vos tomé la fuerza del león para defender mi derecho a ser el hombre que hoy soy.

Por eso, papá, no quise entrar a comprarte nada en un shopping esta vez.

Mi regalo, este domingo, es decirte con mucha paz en el corazón que tengo la mejor vida que puedo. ¡Y que seguir adelante es mi mejor manera de honrarte!

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