Por Marcelo A. Pedroza

Coach – mpedroza20@hotmail.com

Georg Simmel es considerado uno de los grandes pensadores urbanos. Filósofo y sociólogo alemán, nació en Berlín en 1858 y falleció en Estrasburgo en 1918. Sus análisis son simples y profundos, su obra relevante se titula "La metrópolis y la vida mental", publicada en el año 1903. Estudia sociológicamente la Berlín de finales del siglo XIX y considera que el habitante de la misma se encuentra tensionado por el ritmo vertiginoso en el que vive. Existe un mundo de exigencias y de urgencias que antes no había, relata con sus palabras. Todo se mueve a una velocidad diferente. Se produce una intensificación del estímulo nervioso. Y ante las relaciones racionales pueden presentarse reacciones esquivas, indiferentes y reservadas. Contrario a lo que sucede en las relaciones emocionales, en donde la individualidad se muestra como es. Estas últimas las sitúa en la vida rural.

Simmel parte de la idea de que entender la metrópoli permite comprender el accionar de los individuos. Y su intención investigativa nace de la pregunta ¿qué es la sociedad? El profesor Georg afirma que las personas tratan de conservar su autonomía e intentan subsistir física y psíquicamente en el mundo urbano. Hay un encuentro áspero y complejo entre la sociedad y el individuo. Prima el intelecto como caparazón ante aquello que pueda amenazar su existencia. En los vínculos urbanos se puede equiparar el ser a un simple número. Y entonces hace mención a que ante la humanidad todo puede transformarse en un problema aritmético. Es la mente moderna impregnada por el avasallamiento del dinero en todo el acontecer ciudadano.

Le surge la concepción de la actitud blasée que es una actitud emocional que denota una indiferencia basada en el hastío. Caracteriza a la persona blasée como aquella a la que le da lo mismo que pase una u otra cosa dentro de lo social; es indiferente y vive en un estado que parece como adormecido por el efecto de la falta de compromiso. Y ante esta forma de vivir cree que en la ciudad también están los reaccionarios a esa postura; y en contraposición a lo impersonal se pregona lo personal, basado en el respeto a la subjetividad de la persona. A la firme convicción de que puede superarse e involucrarse con otros y que dicho accionar eleva a quienes se atreven a convivir auténticamente junto a los demás.

Simmel hace hincapié en el carácter casual que tiene el campo visual de quienes viven acelerados en la moderna ciudad. La visión achicada hacia un fin que es fugaz y que cambia de proporciones e intenciones fugaces con el tiempo veloz que lo acompaña. Es constante el movimiento visual hacia impresiones que no ingresan en el plano de la profundidad. Quedan en un espacio que ahora está, pero dentro de escasos minutos u horas o días desaparecerá. Es la memoria sin trabajo, es el descanso prolongado de la ausencia del descubrimiento de lo relevante. Aquí hay una relación directa con el criterio de lo efímero o líquido pregonado por el sociólogo polaco Zygmunt Bauman, que al mismo tiempo se considera un simmeliano leal.

En ese sujeto de la nueva urbe hay una coraza generada por la indiferencia o por la estrechez actitudinal que puede ser provocada intencionalmente a los efectos de funcionar como una pared que evita el ingreso de la presencia infaltable de la desesperación. Es que el egoísmo desespera y lo hace a su debido momento. No da posibilidad de escape, su dureza es proporcional a las consecuencias que ocasionó por donde pasó. Puede querer ampararse en la escasa memoria que se detiene ante tanta bulla cotidiana y de esa forma confiar en los beneficios de la ambigüedad de las relaciones, sin embargo es inevitable su llegada.

Hay que atender las enseñanzas de Simmel, su tiempo era otro aunque su aporte nos invita a reflexionar acerca de nuestra realidad. Sus planteamientos pueden permitirnos observar cómo vivimos y qué estamos haciendo en los entornos en donde convivimos con los demás.

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