Por Marcelo A. Pedroza
COACH – mpedroza20@hotmail.com
El apego fomenta el encuentro hacia lo querido. Para la Teoría de la Relación de Objeto, el apego es un estado universal emocional que influye en la construcción de la personalidad. Fueron pioneros en aplicar dicha teoría los psicoanalistas británicos Ronald Fairbairn y Harry Guntrip, entre otros y lo hicieron a partir de la década comprendida entre 1940 y 1950. En sus estudios el Ego personal, identificado como el Yo, existe sólo en relación con otros objetos, que se clasifican en internos y externos. Los primeros son los que se han internalizado a través de las experiencias generadas por las interacciones vividas con objetos externos. Lo planteado por la teoría expuesta involucra a la psicoterapia, que expone valores tales como la intimidad, la confianza y la autonomía, para expresar y experimentar lo que a través de ella puede vivirse.
Es posible plantearse la relación que existe entre el apego y nuestra vida. Aquí es necesario comenzar por interrogarnos qué apegos generamos. Y para ello hay que recurrir a preguntas básicas que se pueden responder desde la propia experiencia. ¿A qué apegos hemos direccionado nuestras vidas?, ¿hacia qué apegos se dirigen nuestros actos?, ¿con qué apegos convivimos? El apego es el aprecio o la inclinación especial por algo o alguien. Surge detenerse en el carácter singular, exclusivo y propio que evoca la expresión conceptual del apego. Lo que apreciamos puede ayudarnos a individualizar nuestros apegos. Aunque la amplitud del apego puede superar el anillo de las estimas y transformarse en una condición relevante para acceder a la valorización de lo que vive.
El apego alimenta el interés por aquello que se ha logrado y que quiere cuidarse. Lo que tanto costó encuentra en el apego una raíz que rememora el esfuerzo vivenciado. La memoria de lo preciado estimula su ejercicio y embellece su realidad. Hay una conexión virtuosa entre lo pasado y lo que se vive con apego. La querencia ayuda a sostener el tiempo de la constancia que requieren las pendientes que surgen en el andar. Bienvenido todo aquel apego que dignifique la vida.
Cobra trascendencia la coherencia de la íntima vocación que yace en el ego y lo que externaliza de diferentes modos hacia los demás. Es en el ambiente exterior donde el apego encuentra su esplendor. Es la proximidad hacia el otro la que habilita sus efectos más memorables. Esa cercanía está sellada por lazos respetuosos y cordiales, por sinceros argumentos, por semblantes alegres y ocupados por lo que les hace bien.
Es el apego un enlace indispensable para entablar cálidas relaciones. El apego vive en el otro. Así el afecto interno luce con toda su potencialidad y se realiza al convivir junto a otros. Entonces aquí el objeto se transforma en sujeto y la transparencia del sentir descubre un aliado en la vivacidad de lo que ahonda su sensibilidad. Nace el apego social. El apego hacia el que está a mi lado, y también se puede plantear una dimensión superior que permite involucrar a los que están en otros espacios y que tienen la apertura de construir apegos. No hay distancias si hay apegos.
El apego necesita compañía y en la reciprocidad se fortalece. Es solidario y se multiplica apenas puede. Es naturalmente feliz en sociedad. Si se debilita o se ausenta pueden comenzar a dar sus testimonios la apatía, el desinterés y el desafecto, cuyas consecuencias hacen de las suyas. Es responsable del apego aquel que lo vive y tiene tantos hacedores como seres dispuestos a que el mismo sea esencialmente parte de su cotidiano existir.