Por Mike Silvero
"Spotlight", la película que resalta el trabajo del equipo periodístico de investigación del Boston Globe sobre casos de abuso por parte de sacerdotes de la Iglesia Católica, se quedó con el galardón de mejor film del año 2015 en los premios Oscar, pero el largometraje deja mucho más como enseñanza.
La estatuilla es el premio a un trabajo pulcro y muy criterioso sobre cómo se da el trabajo en una redacción seria con objetivos definidos, pero siempre con el factor humano detrás y más importante sobre cómo el trabajo en equipo es siempre el camino para llegar a la verdad.
"Estoy en 'Spotlight', pero no se trata de mí, se trata del poder del periodismo", escribió el director del Washington Post, Martin Baron, horas antes de que se publique una extensa entrevista exclusiva en La Nación donde señalaba que el camino es "contar historias de manera honesta, honorable, justa y precisa".
Una de las primeras enseñanzas de la película pasa por la posibilidad de rever temas que los propios periodistas, a veces agobiados por la rutina, dejamos pasar, perdiéndose en el olvido.
Vimos cómo el periodismo necesita de ese "forastero", de alguien externo, que no tenga la misma visión, que tenga libertad y soltura para proponer y sostener una idea diferente a la que se utiliza tradicionalmente en un medio de comunicación.
Pasa a menudo, en el imaginario colectivo de quienes no están inmersos en el mundo de los medios, que exista la creencia que son presiones externas las que callan o apagan investigaciones y publicaciones, cuando son cientos de casos los que no ven la luz solo por decisión del periodista, peor aún cuando se trata de autocensura.
Baron, quien era cabeza del Boston Globe, busca historias que afecten a la gente común y en muchos casos son las historias de la "gente común" las que llegan directamente a los diarios o periodistas, pero son las primeras en perderse al no nacer de una fuente oficial o mediática.
Con "Spotlight" también aprendimos que la investigación es más que necesaria, que somos los periodistas los primeros con la obligación de defender nuestras noticias o si se requiere más tiempo, y que más allá de la tecnología, de Twitter, de Facebook hay todo un mundo de contenido oculto que puede servir de insumo.
Esta historia también nos muestra algo evidente pero a veces olvidado en una profesión donde el ego prevalece: varias cabezas son mucho mejor que una sola. "Spotlight" no se hubiese podido realizar con un solo periodista, requirió de esfuerzo en conjunto y de mucha atención a las señales que dan las fuentes. Del "ellos" sobre el "yo", del "nosotros" por encima del "yo".
Y, finalmente, nos enseña que lo más importante es la audiencia.
En esta era digital, de los likes como medición de éxito, de la imagen por sobre el texto, del click seguro por sobre algo que probablemente no atraiga mucho tráfico, "Spotlight" baja a tierra nuestras expectativas para demostrarnos que no siempre el periodismo se trata de darle al público lo que quiere leer, sino de exponer verdades incómodas, que a la larga obligarán a que se registren cambios reales, repercusiones directas en la vida de las personas.
"Spotlight" es una obra maestra a nivel técnico, de guión, actoral y audiovisual, pero más allá es revalorizante para el trabajo del propio periodista, y motivador para el futuro de una nueva generación de comunicadores.