La sociedad del "descarte". El mundo de los que "sobran". O mejor aún, la sociedad que funciona "gracias" a los que sobran. Esta frase del papa Bergoglio parecería un cliché, pero, a menos que se observen ciertos hechos que ocurren de manera repetida, no deja de tener un tono profético. No es mera denuncia, sino una realidad lacerante. La última, el cadáver del pequeño niño sirio Aylan en las playas tratando de escapar con su familia de la guerra muestra en su lacerante realidad, un icono de dicha cultura.
La condena internacional y el sentido de pésame a nivel planetario –en redes sociales– ha sido unánime. Pero, uno se pregunta, ¿qué pasará después? ¿No entrará lentamente en el olvido-adormecimiento de la conciencia, similar a lo que ocurre con las imágenes de la quema y ejecución de "herejes" perpetrado por el autodenominado ejército islámico de ISIS? El papa Bergoglio ha pedido a las parroquias europeas que abran sus puertas ante la enorme crisis de los migrantes. Es un paliativo pasajero, pero un paso a la acogida y es muy positivo. Pero, insisto, es solo un paliativo, pues existe un problema de fondo del resquebrajado orden mundial que no logra estabilizarse como también una profunda crisis de la cultura y expresiones de vida de la sociedad actual.
Lo primero, lo del orden mundial da para mucho, para otros artículos. Sería apropiado decir, no obstante, que sus signos de crisis son claros: el mundo se acerca peligrosamente, o regresivamente diría, a un modelo multilateral de relación de naciones-fuerzas donde, sin hegemonías de poder concretas –los Estados Unidos no tienen "ganas" de ser más ese poder hegemónico, sino uno más del montón–, todo queda al mejor postor: rusos, chinos, islámicos, iraníes, etc. Y el mejor postor solo avanza en guerras generalizadas, una suerte de "foquismo" de baja intensidad, atrocidades impersonales y demás. Pero nada de eso resulta gratuito: la crisis de migrantes de dichos enfrentamientos está cobrando dimensiones apocalípticas. Queda entonces por saber, qué harán en esta situación las democracias avanzadas.
Pero, ahí precisamente yace el problema de fondo. Esa democracia liberal, y me atrevo a decir, no solo la europea o la americana, sino la de todos aquellos estados que de una manera u otra participan del "modelo", conciben a la misma de una manera hueca, sin contenido, de mero "procedimiento" o bien, "neutras" o ajenas a todo valor de la vida en sí. En concreto: son democracias liberales que han perdido el sentido de aquellos grandes valores que, incluso en tiempos de inicio de la modernidad, constituían puntos de referencia esenciales para la vida y la comunidad. "Neutralidad" que se nutre de varios "descartes": la de los ancianos que están de más, la de los no nacidos que no son personas, la de los enfermos incurables que no tienen razón de ser, la de los religiosos que son "atrasados", la de los inmigrantes que no tienen razón para llegar a sus costas. Es una democracia que ha abandonado la manera de conciliar la verdad con la libertad. Y para peor, expanden esos "valores" atados de ayuda internacional a países que con menos ventajas comparativas.
Entonces, solo queda lamentablemente, la terapia del shock, la de Aylan que muestra el rostro de lo que los valores de esa democracia en sí misma vive: la cultura del descarte.
¿O acaso esa democracia ahíta y satisfecha no hace alarde de vacaciones exclusivas en playas exclusivas? De ahí que es preocupante ver a más de un ciudadano –no solo político o comentarista– rasgarse las vestiduras y hacer responsable a un sistema político o económico impersonal; o bien, al prójimo, de los males que ocurren, cuando que él mismo comparte ese espíritu laicista, pues nada es moralmente objetivo en su idea de la democracia. La propuesta triunfalista de esta democracia liberal sin valores no da para mucho: el relativismo de los valores es suficiente. No es posible generar un sistema lo suficientemente justo para vivir. Sin Dios, solo quedan despojos, guerras y descartes.
El pequeño cuerpo de Aylan no es sino un signo de la permisividad del misterio para nuestras democracias. Y sobre todo, para todos y cada uno de nosotros. Es que todos somos migrantes y, también, nuestro destino es terminar, tarde o temprano, en alguna playa. La cuestión debe ser relación del ser humano con su destino final. No es la democracia ideologizada y vacía con interés solo hacia el propio grupo, la propia ideología que busca el mero éxito por el éxito; convirtiendo la participación en mero fin sin atenerse a la justicia y méritos de los actores. La democracia liberal devienen así en "régimen" final que confiere e invita a los comensales que desea; sin los diques de principios de contención. Es la democracia de aliados ideológicos –mero democratismo como fin en sí mismo–, sin referencia a algo mayor, a aquellas verdades fundamentales de moral pública objetiva que hacen que la misma se autolimite.
No se debe olvidar que todos somos migrantes y, también, nuestro destino es terminar, tarde o temprano, en alguna playa como Aylan.