Por Beatriz Acuña
No está mal que la amistad en su día de celebración nos invite a reflexionar por un momento y recordar su sentido indispensable para que haya una relación mutua de armonía y solidaridad entre las personas. La amistad es un valor universal ético y moral, es un sentimiento que atraviesa el alma. La amistad no es comercio de beneficios, no solamente se cree lo que dice el amigo, hay que creer en la amistad, el dar y darse es esencial, el amigo de verdad es generoso. Un acto de generosidad especialmente difícil, es el perdonar. Saber perdonar es propio de las almas sabias y generosas.
La amistad es un hecho que debe demostrarse no solo con palabras; si no tienen respaldo, las palabras, como las monedas, pierden su valor y sobreviene la inflación. Las palabras se respaldan con actitudes, acciones y conductas. La amistad es un vínculo particular, acaso el más parejo de todos, desde el momento en que no responde a imperativos de sangre y tampoco se sostiene en proyectos (familia, hijos, ascenso social, etcétera). Si lo hiciera, podría malversarse en la especulación.
La amistad no debe cuentas al pasado ni diagrama futuros. No nos hacemos amigos a partir de la atracción física ni el amigo viene a sustituir a figuras ausentes (padre, madre, pareja fallida). La amistad se nutre y ratifica con experiencias compartidas, con confidencias y escucha hospitalaria.
El pensador italiano Francesco Alberoni en su tratado "La Amistad" dice que con los amigos llegamos a un punto en común habiendo partido de lugares diferentes. Ninguno trata de cambiar al otro; la aceptación es, como en ninguna relación, condición permanente y esencial, y los verdaderos amigos toman lo que el otro les dice sin doble escucha, sin interpretación y sin sospechas, porque saben que no hay allí gato encerrado, como suele ocurrir en otros lazos.
Se le cuenta al amigo lo que a nadie y se escucha de él a la recíproca. No se piden cuentas y no se tiene que adaptar su vida a la del otro para mantener la relación. La amistad es así, crece de a poco como el amor, por lo tanto se origina y se construye a fuego lento y con presencia.
La amistad no es una palabra para dilapidar. Se construye letra por letra. No se puede, entonces, tener un millón de amigos. Esos son solo contactos. Si todo el mundo es mi amigo, ¿quién lo es de verdad? Cuando la fugacidad y la levedad mandan, cuando priman la comodidad y el utilitarismo, cuando ser popular es más importante que ser coherente, hay inflación de amistad. Mucho uso de la palabra y poco respaldo a su valor.
El filósofo Santiago Kovadloff dijo al respecto de los vínculos manipulados que "somos seres enclaustrados tras las rejas de las imposiciones que a cada uno le dicta la tiranía del oficio, a veces estamos brutalmente condicionados por nuestras ocupaciones y de este modo hacemos de la amistad no solo una actividad, sino un modo de entender la vida, reduciendo las dimensiones de lo real al espesor de nuestra propia miopía y no logrando entendernos sino con quienes comparten los presupuestos de nuestra misma estrechez".
La palabra "amistad" remite a una región espiritual y a ese modo de contacto en los que damos a conocer, no exactamente lo que pensamos, sino, más honda y ampliamente, lo que somos. De modo que, todo lo que aflora en la intimidad de la amistad no necesariamente ha de ser lo que premeditadamente nos proponíamos brindar, sino lo ineludible, lo que no podemos soslayar sin que, al hacerlo, no estemos traicionando nuestra espontaneidad, nuestra sed de transparencia, nuestras necesidades de expresión más sustantivas.
Atahualpa Yupanqui, en su esencial y gauchesca sabiduría, también esculpió a fuego en la tabla de la vida su mandamiento inmejorable y maravilloso, para recordarlo hoy y siempre: "El amigo es uno mismo pero en otro cuero".