La histórica visita del papa Francisco seguirá generando reflexiones, opiniones y comentarios por mucho tiempo, algo que es bueno y deseable. En ese sentido es oportuno recalcar algunos aspectos de este acontecimiento tan relevante para nuestro presente y futuro.

En primer lugar es indispensable insistir en que las palabras, el mensaje del Santo Padre, no caigan en saco roto. La presencia del Pontífice no fue un espectáculo banal que movilizó a cientos de miles de personas y que pasó sin mayores consecuencias.

La intención de su gira pastoral va mucho más allá. Se trata de una poderosa inyección de esperanza que puede y debe marcar un antes y un después porque sensibilizó por igual a la feligresía católica y a los ciudadanos que no responden a ese credo. Sin temor a equivocaciones, puede afirmarse que el carisma de Francisco, su sencillez, la claridad de su pensamiento y su auténtico amor por nuestro país caló hondo en creyentes y no creyentes.

De una forma u otra la gran mayoría de los paraguayos se sintió tocado por la presencia de Francisco. Un ambiente de fraternidad y solidaridad, una atmósfera de confianza y optimismo, rodeó la visita de tres días del Pontífice. Los paraguayos no deberíamos permitir que ese ambiente se disipe sin más. El mensaje del Papa –tan fecundo, pletórico de perspectivas y consejos– debe prender con fuerza en toda la sociedad, de forma especial en los jóvenes, pero también en la clase política y dirigente.

Es ésta sobre todo la que adeuda una autocrítica genuina a la ciudadanía, el primer paso ineludible para empezar a construir la patria soñada de la que habla el poeta Carlos Miguel Giménez y a la que aludió explícitamente el Santo Padre. El diálogo sincero –no el que es "teatralizado"– para la búsqueda de las soluciones; la fuerza de la unidad y de los acuerdos, por sobre las diferencias; la necesidad de apostar a un desarrollo económico que incluya a los débiles y vulnerables; la lucha frontal contra la corrupción –"la gangrena del pueblo"– son algunas de las líneas de pensamiento y de acción que nos dejó el papa Francisco.

El diálogo sincero –no el que es “teatralizado”– para la búsqueda de las soluciones; la fuerza de la unidad y de los acuerdos, por sobre las diferencias; la necesidad de apostar a un desarrollo económico que incluya a los débiles y vulnerables; la lucha frontal contra la corrupción –“la gangrena del pueblo”– son algunas de las líneas de pensamiento y de acción que nos dejó el papa Francisco.

A todas estas ideas subyace el amor a la patria, verdadera piedra de toque en la que deben decantarse las opciones partidarias e ideológicas, la medida que nos debe servir para separar la paja del trigo en materia de propuestas políticas.

La Biblia dice que Dios nunca pone sobre las espaldas de las personas cargas que no puedan sobrellevar. De forma semejante, las sugerencias de Francisco no están de ninguna manera fuera de la capacidad de los paraguayos.

Una cadena de noticias difundió algunas frases que el Pontífice habría dicho en el almuerzo del domingo: "Si quieren sentir la fe en Dios, deben tener un amigo paraguayo". En efecto, la visita del papa Francisco, además de su valioso mensaje, sirvió como una demostración para propios y extraños de muchas de las virtudes que tiene nuestro pueblo. Una de ellas una profunda espiritualidad. Las jornadas transcurrieron en total paz y calma.

Pese a la enorme cantidad de personas desplazadas, no se produjeron incidentes y, por el contrario, abundaron los ejemplos de solidaridad y fraternidad. La organización fue impecable, lo que fue destacado por medios extranjeros. La gente exhibió un comportamiento ejemplar sin por ello caer en la pasividad o en la falta de entusiasmo.

Fueron tres días, en definitiva, que prueban que el Paraguay está a la altura de cualquier desafío siempre que sea capaz de forjar la unidad.

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