Baidoa, Somalia | AFP, por Tristan MCCONNELL.
Mariam Ibrahim, sus siete hijos y dos familias de vecinos fueron los últimos en dejar su aldea del suroeste de Somalia, huyendo de la terrible hambruna que azota el país.
Cargaron con sus pocos efectos personales -mantas, utensilios de cocina, colchones y ropa- en una carreta tirada por un asno y alquilada para la ocasión y recorrieron a pie, con ella, los 20 kilómetros que los separaban de la ciudad más cercana, Baidoa, en busca de comida.
"Ya no queda nadie en la aldea", explica la joven mujer de 28 años.
Otros miles, con las ropas ajadas cubiertas de polvo, llegan, como Mariam, cada día a Biadoa. Varias estaciones de lluvias en las que no cayó una gota y las cosechas casi inexistentes amenazan con transformar la terrible sequía actual en hambruna.
La ONU advirtió recientemente contra la "peor crisis humanitaria desde el fin de la Segunda Guerra Mundial", con un riesgo de hambruna, ya declarada en algunas zonas de Sudán del Sur, en Somalia, Yemen y Nigeria. En total, unos 20 millones de habitantes de esos cuatro países están amenazados por el hambre.
Para los somalíes, el recuerdo de la hambruna de 2011, que se llevó por delante a 250.000 personas, sigue muy vivo. Pero, según Mariam, la situación de ahora es todavía peor.
Primero faltaban alimentos, luego los pozos se secaron. Y la poca agua que queda es insalubre. De hecho, fue la epidemia de cólera de finales de enero de su aldea de Aliyow Mumin la que la llevó a decidirse a partir.
– Nacida con la hambruna –
Muslima Kusow nació con la hambruna, hace 25 años, y sobrevivió a la de 2011. Pero ha sido la sequía de este año la que la forzó a dejar su hogar.
Salió de Roobey, su aldea de agricultores, a principios de marzo, caminando durante cuatro días hacia el norte con sus seis hijos, hasta llegar a Baidoa.
Cuando se le pregunta por qué, imita a alguien comiendo con los dedos y después abre su mano, vacía, y responde: "La sed. El hambre".
Su benjamín, Asiba, de dos años, está tan pálido y delgado que no consigue mantener la cabeza derecha.
En el centro de salud de Deeg-Roor, que significa "primeras lluvias", Abdirahim Mohamed explica que los nuevos pacientes se inscriben sin tesón para el programa de ayuda alimentaria apoyado por Unicef, el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia.
En febrero, 75 niños fueron admitidos, el doble que en enero. Un número que debería aumentar en marzo, predice Mohamed.
Aún así, los casos más críticos son trasladados al hospital de la ciudad, a donde son enviados aquellos que están demasiado débiles para alimentarse o los enfermos de cólera, que ha acabado con la vida de 286 personas y afectado a 11.000 en lo que va de año en Somalia.
– 'Hambre todo el tiempo' –
Allí, los tuk-tuk (triciclos motorizados) traen sin cesar nuevos pacientes mientras los visitantes son rociados con un desinfectante cuando abandonan el establecimiento.
En la sala de cuidados intensivos del centro de malnutrición, ocho de las nueve camas están ocupadas por niños acompañados de sus madres.
Hamsia Ibrahim, de 32 años, está dándole de su leche a Shamso, su pequeña de siete meses, con la ayuda de una jeringuilla y una sonda gástrica. Su marido y sus otros cinco hijos viven en un campamento de los alrededores desde que llegaron hace un mes.
"Mis otros hijos tienen hambre todo el tiempo pero no están enfermos como ella", dice, señalando a Shamso, que ha perdido mucho peso a causa de la diarrea y los vómitos.
Fuera, los campamentos de desplazados no dejan de crecer. En febrero, 3.967 nuevas familias fueron registradas, según la ONU. En la primera semana de marzo, llegaron 2.929.
Se calcula que una familia media tiene seis miembros, lo que significa que unas 2.500 personas llegan diariamente a Baidoa.
– El granero del país –
Las condiciones siguen siendo difíciles en los campamentos: a media tarde, la temperatura ronda los 40 ºC y un viento abrasador arrasa las calles.
Además, todo el mundo tiene hambre en el ADC-3, un campamento bautizado, irónicamente, con el nombre de una difunta "Sociedad para el Desarrollo Agrícola" que distribuía antes de 1991 excedentes de cereales a la población en una región que tradicionalmente ha sido el granero del país.
Una anciana irrumpe en el campamento. Avanza lentamente, agotada, buscando a su familia. Hace dos días que camina, sin comer ni beber. Un habitante le da agua y la mujer se desmaya.
Recobra el conocimiento rápidamente mientras que su hija de 30 años, Dero, que la había encontrado entretanto, trata de refrescarla pasándole agua por los brazos. Ellas también abandonaron su aldea, a falta de cosechas, de comida y de agua en los pozos.
Las previsiones meteorológicas para las próximas semanas no son tranquilizadoras y la crisis podría empeorar. En esta parte del país, la hambruna de 2011 se conoce por el nombre de "termibow", "la estación de la muerte". Este año, la amenazante hambruna todavía no tiene nombre.