• Por Jorge Torres Romero

Según el filósofo griego Platón (427-347 a.C.), el alma está formada por tres partes: la inteligencia, la voluntad y la sensibilidad. A cada una de estas partes le corresponde una virtud específica. A la inteligencia, le corresponde la virtud llamada sabiduría o prudencia; a la voluntad, le corresponde el valor; y, a la sensibilidad, la templanza o moderación de apetitos.

La armonía de estas virtudes da origen a una virtud más: la justicia. Si cada una de las partes del alma cumple con su función, realiza lo que le corresponde por naturaleza, la consecuencia de esto será lo justo, lo que debe ser.

Obviamente para cualquier persona, dependiendo de su carácter y la circunstancia en la que vive, lograr esta armonía es un ideal que no siempre se alcanza, puesto que como diría otro gran filósofo contemporáneo, Fernando Savater, ser "justo" implica el difícil arte de ponerse en el lugar del prójimo. Pero cuando se habla de justicia, no se refiere precisamente a la institución pública como tal o las leyes establecidas, sino a la virtud de la justicia, o sea: a la habilidad y el esfuerzo que debemos hacer cada uno –si queremos vivir bien– por entender lo que nuestros semejantes pueden esperar de nosotros.

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La semana que pasó tuvo como epicentro un hecho que justamente tiene mucho que ver con esta posibilidad de garantizar para la sociedad la vigencia de un estado de derecho donde lo que predomine sea precisamente un trato justo para cada uno de los ciudadanos. Los escándalos sucesivos con la filtración de los audios puso al desnudo lo que era un secreto a voces, pero que no se tenía la certeza de la prueba. Se evidenció lo podrido que está todo en este ámbito. Ya no más torcer el brazo para el amigo o correligionario, o el pase de factura al enemigo de turno, sino la garantía del debido proceso.

Es volver a la definición básica de la justicia en su esencia. Al mismísimo concepto derecho romano que viene de "iustitia", y que el jurista Ulpiano la definió así: Iustitia est constans et perpetua voluntas ius suum cuique tribuendi –"La justicia es la constante y perpetua voluntad de dar (conceder) a cada uno su derecho, dar a cada uno lo que corresponde–.

De ahí la importancia de lo ocurrido con la elección de Sandra Raquel Quiñónez Astigarraga como fiscala general del Estado, puesto que más allá de lo que puedan cuestionar algunos sectores sobre el "cómo" se dio su elección, lo importante de ahora en más es observar lo que hará y en este punto vale la pena destacar que ninguno de los parlamentarios opositores o detractores del actual gobierno puso en duda la honorabilidad o la capacidad de Sandra para llevar adelante este propósito.

De hecho ella lo dejó en claro a la ciudadanía cuando manifestó al asumir: "No les voy a defraudar" y se comprometió entre otras cosas a recuperar la credibilidad de la institución a su cargo. Pero, al mismo tiempo, también lanzó una advertencia al señalar que no iba a perdonar ningún acto de corrupción: "Ahí me van a conocer", espetó. Esta es sin dudas la Sandra que esperamos conocer en los próximos años.

No debemos olvidar algo que hace tiempo se viene reclamando desde todos los estamentos de la sociedad y es que más que nunca, el país necesita de un Ministerio Público fortalecido, transparente y abierto. Por esto insisto en que la elección de la primera mujer al frente de la Fiscalía General es un buen comienzo para mirar con optimismo hacia un mejor futuro para nuestra sociedad. Puedo estar equivocado, pero es lo que pienso.

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