• Por Alex Noguera
  • Periodista
  • alex.noguera@gruponacion.com.py

Comenzaba la década de 1990 cuando por los pasillos de Noticias el Diario me crucé con el sacerdote español José Isidro Salgado, quien vivió en Paraguay durante 40 años, aproximadamente. No era muy querido por los muchachos, un poco quizá por su rectitud insobornable y mucho tal vez por incomprensión, al punto de que era conocido como "Pa'i Malvado", creo yo injustamente, ya que cada vez que necesité de su concurso, siempre tuvo sus puertas abiertas.

Ya no recuerdo cómo se inició el tema de la charla, pero en cierta ocasión hablamos sobre el miedo que tiene la gente de morir. Como pocos, él contaba con una rica biblioteca en la que atesoraba volúmenes únicos en el país y cuyos celosos secretos compartía siempre a través de exposiciones y cátedras. Prestar sus libros no, así que puedo considerarme afortunado de haber recibido de sus manos… unas fotocopias que aclaraban el problema del miedo a la muerte.

La tesis comenzaba con algunas consideraciones de cuánto era el temor de los hombres y las formas que este tenía de anestesiarse ante la idea de dejar este mundo. Unos se daban a los placeres y vivían nadando en una piscina de sensaciones desenfrenadas que en cierto momento, sobre todo cuando los años iban sumando y el cuerpo ya no respondía como en la juventud, el gusto que sentían se convertía en desesperación al notar que despertaban a la realidad de la que habían querido huir durante tanto tiempo. Otros se zambullían en la necesidad de creerse imprescindibles atesorando dinero o poder. También estaban los que buscaban alivio en el alcohol o las drogas. Siempre con el mismo resultado: cerca del final se daban cuenta de que habían desperdiciado su vida. Y lo peor, que habían hecho daño a muchos en ese afán de ilusión, que ya no tenía forma de recomponer.

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Esas páginas exponían la importancia de la muerte y preguntaban qué sucedería si nadie muriese. En primer lugar, no habría lugar en el planeta para tantas personas. Viviríamos miles de millones de seres humanos (sin hablar de los animales) parados unos al lado de otros sin poder movernos.

En segundo lugar, toda esa cantidad de personas tendrían que comer. ¿De dónde sacarían tanto alimento? ¿Vivirían eternamente con el estómago gruñendo?

Eso, en cuanto al plano físico, pero también consideraba el aspecto emocional, ya que el homo sapiens no está capacitado para atravesar tan impunemente los siglos y las eras. Por ejemplo, ¿cuál sería la reacción de un nacido en la época del imperio romano? De los carros tirados por caballos pasaría a los aviones, de las espadas a las metralletas o misiles, de los alimentos naturales y caseros a la comida rápida y los snacks.

Un ejemplo no tan lejano se puede apreciar en la desaparición de los indígenas americanos, que antes de la conquista vivían en armonía con la naturaleza, deambulaban en libertad por infinitas planicies e interminables selvas vírgenes y sin contaminación. El hombre no está preparado para cambios tan trascendentes como pasar de aquella forma de vida libre a los arroyos invadidos de plásticos, latas y vidrios rotos, o preso en pequeños departamentos o edificios. Muere de depresión.

También analizaba el punto emocional, como: ¿con quién viviría una persona? ¿Con sus padres? ¿Con su pareja y sus hijos? ¿Y sus padres? ¿Vivirían con esa persona o con sus propios padres (o sea los abuelos)? ¿Y los abuelos con sus padres o a la vez con sus hijos?

Luego de estas y otras muchas consideraciones, como los achaques de la edad (ya que una cosa es la inmortalidad y otra diferente ser inmune al dolor y las enfermedades), la muerte ya no parecía como algo trágico, sino como algo necesario y hasta imprescindible. Esas páginas fotocopiadas reflexionaban sobre la importancia de ver la vida como un regalo maravilloso que, como se acaba, debemos valorarla y no desperdiciarla en elementos insignificantes, sino buscar trascender a través de un legado de valía.

Dejar esa herencia a la humanidad luego de morir es una tarea épica, una lucha diaria entre la virtud o dejarse tentar por lo mundano. Muy pocos hombres/mujeres se mantienen firmes en sus convicciones y llegan al final con la dignidad de ser considerado verdadera y simplemente un "humano".

Paraguay está de luto. Esta semana, uno de esos raros virtuosos atravesó el umbral de la vida y siguió su devenir hacia la eternidad. La memoria de los hombres lo recordarán con el nombre de Ramiro Domínguez. Él transitó este mundo y pudo dejar su legado sin distraerse.

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