Por Jorge Torres Romero

Cuando no conoces del tema no opines, solo pregunta”; qué consejo maravilloso el que me había dado don Guillermo Ares (+, periodista y diseñador de múltiples trabajos en varios medios de la región) en abril de 1994, cuando arrancaba este oficio en la redacción del diario Última Hora.

Hay veces en que los periodistas pierden esa fantástica oportunidad de quedarse callados emitiendo alguna opinión, cuando simplemente podrían lucirse sacando provecho al máximo de esa arma tan poderosa que tienen: las preguntas.
Pero cuando se ingresa a ese ámbito de la “todología”, de la especulación disparatera sin ningún rigor o sustento, más allá de las elucubraciones fantásticas inspiradas en las series televisivas, se pierde toda credibilidad y lo único que hace es contribuir a matar la profesión, más aún cuando del otro lado hay un receptor ávido de información certera, limpia y descontaminada de los intereses, pasiones o caprichos de quien la emite.
El periodista tiene todo el derecho de emitir un juicio, pero la noticia no se contamina, es sagrada. Lastimosamente, muchos comunicadores consideran que el valor de su opinión es mucho más interesante que la propia información que el público espera recibir, sobre todo en momentos en los que se revelan hechos que acaparan el interés general como fue la captura de los sicarios que cometieron el atentado en Asunción, el miércoles pasado.
Con estupor me tocó oír a un experimentado periodista de TV, antes que seguir la crónica del desarrollo de los hechos que se iban revelando en los allanamientos del viernes, apresurarse en emitir juicios valorativos acerca de lo observado, al punto de lanzar: “Que se podría estar acusando en vano a los hombres detenidos en la casa del barrio Santa María sin tener la certeza de que efectivamente se trataba de los sicarios que dispararon contra el vehículo donde iba el niño de 5 años que murió en el atentado”.
En este oficio, la duda es válida, pero ante la evidencia de los hechos desconocer la realidad es de necios. En la casa allanada se encontraron todo tipo de armas de fuego y hasta se mostró el vehículo que había sido utilizado para el atentado, entre otras evidencias contundentes. Sin embargo, el colega insistió en sembrar la duda. Es ahí cuando el público-televidente hace uso de su poder y con tremenda satisfacción recurre al control remoto para disparar contra ese “sicario de la información”.
Ya partimos de la premisa de que la objetividad en el periodismo no existe, pero siempre se debe por lo menos tender a ella, aunque sea un imposible, pero por una cuestión de respeto a su audiencia.
Ese concepto de “la prensa contrapoder” la hemos bastardeado tanto que todo lo que hace el poder, reducido solo al gobierno de turno, es malo, sucio y turbio, por lo que debe ser destruido. Y, con esta lógica, hasta las “exclusivas” desde la cárcel con el principal sospechoso de liderar las mafias organizadas en nuestro país son noticias y adquieren ribetes de absoluta credibilidad, al igual que las declaraciones de la abogada que son usadas como cabeza de grandes titulares.
Para los organismos de seguridad del Estado, en cuyo interior también existe una profunda corrupción que debe ser saneada, además de enfrentarse a una mafia trasnacional que utiliza a sus sicarios para ajustes de cuentas en la conquista de territorios, también se enfrenta a los sicarios de la información, que atentan contra el sentido común, que generan un caos informativo y siembran dudas en la población entre quienes son los buenos y los malos de esta historia. Entonces, siguiendo la lógica de algunos medios de comunicación, que declararon la guerra al gobierno como “único responsable de la existencia de las mafias en el país”, el que está preso en la Agrupación Especializada estaría a un paso de su beatificación o quizás en diciembre sería un huésped de lujo en el monasterio benedictino. Puedo estar equivocado, pero es lo que pienso.

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