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"Estamos orgullosos de nuestra comunidad musulmana en Michigan", dice Rick Snyder, el gobernador republicano del estado, sentado en su oficina en el grandioso Cadillac Place, las ex oficinas centrales de General Motors.
Desde su primer informe de gobierno en el 2011, Snyder ha enfatizado la importancia de dar la bienvenida a personas de todo el mundo a su gran estado del Medio Oeste. Gracias a los empleos anteriormente abundantes en la industria automovilística, el área metropolitana de Detroit tiene la comunidad árabe-estadounidense más grade del país. Casi la mitad de la población de Dearborn, un suburbio que alberga a Ford Motor Company, es originaria del Medio Oriente. Hamtramck, otro suburbio de Detroit, es la primera ciudad en Estados Unidos con un concejo municipal de mayoría musulmana.
Snyder y Mike Duggan, el alcalde de Detroit, están convirtiendo al crecimiento de la población en una medición de sus esfuerzos para revitalizar a un estado que se está recuperando lentamente de una "década perdida" y a una ciudad devastada por la mayor bancarrota municipal en la historia de Estados Unidos. Entre el 2000 y el 2010, Michigan perdió casi 800.000 empleos, los ingresos per cápita cayeron del sitio 17 entre los más altos de Estados Unidos al 39, y los residentes huyeron. En el mismo periodo, la población de Detroit, una ciudad construida para dos millones, se desplomó a poco más de 700.000. Para el inicio de la siguiente década, las calles de la ciudad se habían deteriorado; las escuelas púbicas estaban entre las peores del país; miles de hogares no tenían agua potable y decenas de miles de construcciones estaban abandonadas o vacantes.
En su informe más reciente el mes pasado, el gobernador estableció la meta de llegar de nuevo a los 10 millones de residentes estatales en los próximos tres años. Señaló orgullosamente que, en los últimos seis años, Michigan había recibido a 50.000 personas nuevas. "Los inmigrantes representan todo ese crecimiento poblacional", explica Steve Tobocman, jefe de Global Detroit, una organización sin fines de lucro que promueve la inmigración.
Para el alcalde Duggan, incluso una desaceleración en la despoblación de su ciudad es buena noticia; y lo debe totalmente a los inmigrantes. Del 2010 al 2014, Detroit perdió 36.000 residentes que habían nacido en Estados Unidos. Recibió a 4.400 nuevos inmigrantes; no suficientes para compensar la pérdida de población, pero un aumento importante en el porcentaje de inmigrantes de la población de la ciudad.
Un recorrido por la enorme red de calles y autopistas del área metropolitana de Detroit muestra que la creciente población inmigrante está dejando su marca. En Ford Road de Dearborn se ubica la mezquita más grande de Estados Unidos, el Centro Islámico de Estados Unidos, con su domo dorado y dos delgados minaretes; contiene una escuela, una biblioteca y un centro de conferencias. También en Dearborn está el único museo árabe-estadounidense del país, que relata la experiencia de los recién llegados del Medio Oriente con exhibiciones como la máquina de coser que un inmigrante usó para iniciar una pequeña fábrica de prendas deportivas. Hace décadas, otros grupos precedieron a los árabes, congregándose –y creando negocios– en el barrio mexicano en el sudoeste de Detroit y el barrio griego en el centro de la ciudad.
Hace tres años, Snyder creó la Oficina para los Nuevos Estadounidenses de Michigan, con la intención de atraer a inmigrantes calificados y emprendedores. Las estadísticas son alentadoras. Los inmigrantes crean negocios a un ritmo que triplica la tasa entre los residentes nacidos en Estados Unidos. Entre el 2011 y el 2015, 63 por ciento de los inmigrantes adultos en Michigan tenía un título universitario. Los inmigrantes aún representan solo 6 por ciento de la población del estado, pero 33 por ciento de las empresas de alta tecnología creadas ahí entre 1990 y el 2005 tienen al menos un fundador inmigrante. Muchos de ellos establecieron tiendas en el centro de Detroit que recientemente se ha puesto de moda.
Abundan los signos de que Detroit ha visto cambiar su suerte, al menos en los barrios del centro y sus alrededores. Frente al Cadillac Place están las oficinas y taller de Shinola, un moderno fabricante de relojes y bicicletas costosos que Tom Kartsotis inició con 10 empleados hace cinco años y ahora emplea a más de 350 en Detroit. En enero, fueron encendidas las últimas de 65.000 nuevas farolas urbanas. Se está construyendo una línea de tren ligero, y la ciudad ha puesto en las calles 80 autobuses nuevos. Unas 10.800 casas deterioradas han sido derribadas desde el 2014; otras 2.500 serán echadas abajo pronto. La tasa de pago de impuestos de propiedad ha aumentado de apenas 68 por ciento durante la bancarrota de la ciudad a 82 por ciento, en parte gracias a una evaluación más justa de la carga fiscal.
¿Qué sienten los residentes de Michigan sobre el esfuerzo del presidente Donald Trump para prohibir el ingreso de viajeros de siete países con poblaciones predominantemente musulmanas? Snyder dice, diplomáticamente, que abre un debate. Pero en varias ciudades del estado, especialmente en Detroit, estallaron protestas. Después de titubear, el presidente y director ejecutivo de Ford dio a conocer una declaración que decía que no la apoyaba. Pero la prohibición, combinada con redadas recientemente rigurosas de la agencia de Inmigración y Aduanas, encargada de deportar a los trabajadores indocumentados, está sembrando temor entre los inmigrantes, dice Tobocman. Ese temor es lo último que Detroit necesita, mientras trata de atraerlos.