De The Economist

El Tratado de Libre Comercio de América del Norte ha sido desde hace tiempo un saco de boxeo populista. En la campaña presidencial estadounidense de 1992, Ross Perot –el excéntrico multimillonario texano y candidato independiente– afirmó escuchar un "gigantesco sonido de succión" mientras México se preparaba para aspirar empleos estadounidenses. Desde su promulgación, los teóricos de la conspiración de la derecha han especulado que el TLCAN es meramente un primer paso hacia una "Unión Norteamericana" y el cambio del todo poderoso dólar por el "amero".

Como candidato presidencial, Donald Trump, quien planea renegociar o eliminar el acuerdo, aprovechó una rica veta de sentimientos contra el TLCAN, llamándolo "el peor acuerdo comercial jamás aprobado en este país".

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Incluso los entusiastas del TLCAN, un grupo más reticente, admitirían que el acuerdo se ha quedado corto de sus expectativas. Aun así, a ninguno de los firmantes le conviene eliminarlo o reducirlo.

Estados Unidos y Canadá abrieron negociaciones sobre un área de libre comercio con México en 1990, poco después de asegurar su propio acuerdo bilateral, y fue la incorporación de México la que resultó tan contenciosa en Estados Unidos. Cuando el TLCAN entró en vigor en 1994, eliminó los aranceles sobre más de la mitad de los productos industriales de sus miembros. Durante los siguientes 15 años, el acuerdo eliminó aranceles sobre todos los productos industriales y agrícolas. Las tres economías habrían liberalizado el comercio aún más dentro del tratado de la Asociación Transpacífico, pero Trump frustró ese acuerdo en uno de sus primeros actos como presidente.

Los estadounidenses esperaban que barreras comerciales más bajas fomentaran el crecimiento en las cadenas de suministro transfronterizas –una "Fábrica Norteamérica"– que rivalizara con las de Europa y Asia. Al trasladar parte de sus cadenas de suministro a México, donde los costos laborales eran bajos, las empresas estadounidenses estimaban que podían reducir sus costos y mejorar su competitividad mundial. Los consumidores estadounidenses también se beneficiarían de productos más baratos.

Por su parte, México buscaba un mejor acceso al enorme mercado de Estados Unidos y posiciones más fuertes para sus empresas dentro de esas cadenas de suministro norteamericanas. Ambos países esperaban que el acuerdo impulsara a la economía de México, elevando los niveles de vida y frenando el flujo de migrantes hacia el norte.

El TLCAN no fue ningún desastre. Dos décadas después, Norteamérica está más integrada económicamente. El comercio entre Estados Unidos y México se ha elevado del 1,3 por ciento del PIB combinado en 1994 a 2,5 por ciento en el 2015. El ingreso real per cápita de México, sobre una base de paridad del poder adquisitivo, se ha elevado de unos 10.000 dólares en 1994 a 19.000 dólares. El número de mexicanos que migran a Estados Unidos ha caído de alrededor de medio millón al año a casi nadie.

Aún así, el acuerdo ha decepcionado en muchas formas. Los ingresos mexicanos no son más altos, como proporción de los de Estados Unidos, que en 1994, mientras que los ingresos chinos se elevaron de alrededor del 6 por ciento de los de Estados Unidos a 27 por ciento durante ese periodo. Las estimaciones sugieren que el acuerdo dejó a los estadounidenses en general un poquito mejor, pero las ganancias han resultado muy pequeñas, y muy poco uniformemente distribuidas, para evitar las continuas críticas.

Los ataques son injustos. Sacudidas inesperadas evitaron que el acuerdo alcanzara todo su potencial. Tanto la crisis del peso de 1994-1995 como la crisis financiera mundial del 2008-2009 asestaron golpes al comercio entre los dos países. También los controles fronterizos estadounidenses introducidos después de los ataques del 11 de setiembre del 2001, que elevaron el costo del traslado de bienes y personas.

El rápido y disruptivo crecimiento de China también interfirió con la integración norteamericana. La economía china, que representa más del 13 por ciento de las exportaciones mundiales y alrededor del 25 por ciento del valor agregado manufacturero mundial, ejerce un atractivo irresistible sobre las cadenas de suministro mundiales.

El TLCAN tampoco es principalmente responsable de los males del trabajador estadounidense. En un reciente ensayo, Brad DeLong, un historiador económico de la Universidad de California en Berkeley, estimó que el TLCAN pudiera ser culpado de pérdidas netas de empleos del orden del 0,1 por ciento de la fuerza laboral estadounidense; menos empleos de los que la economía estadounidense añade en un mes típico.

Incluso sin el TLCAN, los empleos manufactureros habrían disminuido. El dólar fuerte y mejores transportes y tecnología de comunicaciones hicieron más atractivo producir en el extranjero. La automatización aceleró la persistente declinación a largo plazo en el empleo industrial que es común en todas las economías ricas, incluso en potencias exportadoras como Alemania.

Lo más importante es que el no concertar un acuerdo de libre comercio con México no habría alterado la geografía norteamericana. México comparte una frontera de 3.200 kilómetros con la economía más grande del mundo. Es casi inevitable que Estados Unidos sea el socio comercial más grande de México; Estados Unidos representa actualmente más del 70 por ciento de las exportaciones mexicanas y más del 50 por ciento de sus importaciones. Los profundos lazos familiares y culturales a través de la frontera reducen aún más la distancia entre ambos.

México no puede evitar ser esencialmente dependiente de la economía de su vecino, y Estados Unidos indudablemente se beneficia cuando México, que tiene la décima población más grande del mundo y su décimo quinta economía más grande, es más próspero.

Sin embargo, el propio TLCAN ha sido defraudado por los líderes estadounidenses, quienes ni formularon el argumento de que los niveles de vida más altos son un juego de suma positiva ni permitieron que los beneficios del crecimiento fueran compartidos ampliamente.

Si el resultado es la desintegración de la economía norteamericana, esos dos lados del Río Bravo estarán peor.

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