Por Alex Noguera
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El juego entre los chicos comenzó con: "¿Qué ser tenía cinco, nueve y hasta 100 cabezas?" Divertido, desde un rincón de la sala yo escuchaba la conversación y tenía la respuesta porque gustaba leer sobre mitología, aunque no podía dar el resultado para no quebrar ese concurso de sabiduría adolescente y parecer pedante. Sin embargo, los ágiles dedos en los teclados de los celulares develó el misterio y uno de ellos dijo: "la Hidra de Lerna".
Me maravilló la rapidez con la que dieron la respuesta y por metido –no me pude aguantar– les lancé el desafío: "¿Qué animal tiene 100 patas?" Era una pregunta tonta, que esperaba respondieran al instante. Pero no. Otra vez sonaron los tiki tiki de los dedos. Y contestaron lo que esperaba, el ciempiés.
Cuando iba a burlarme por ser ignorantes porque eso debían saberlo sin recurrir a internet, uno de ellos agregó: "No puede ser el ciempiés porque está compuesto por 21 segmentos con 2 patas en cada uno, o sea, sólo tiene 42". Toda mi arrogante enciclopedia mental se cayó al piso. No podía decir nada porque esta vez la que quedaría en evidencia sería mi propia ignorancia, así que como todo mal perdedor, me levanté de la silla con aires de grandeza y para no darles oportunidad de intentar alguna burla, comencé a abandonar el teatro de operaciones bélicas con el rabo virtual entre las patas.
Pero antes de salir del radio de acción, otro de los jóvenes ejecutó un mortal disparo a mi sabiduría: "¿Cuál es el animal que tiene 3 corazones y 9 cerebros?" Me di la vuelta y con odio en la mirada, le respondí con el silencio. Y más, con un gesto de no me molesten mocosos maleducados, mi mente les sermoneó que ese animal no existía, que la mitología solo hablaba de la Hidra, pero antes de que de mi boca saliera algún sonido… uno de los contendientes comentó que sabía la respuesta, pero que no la recordaba. Callé para no meter la pata y esperé para ver cómo se desarrollaba esa escaramuza. Pendejos atrevidos, pensé, pero una falsa sonrisa floreció en mi cara.
No había ningún animal con esas características iba a "enseñarles" cuando el muchachito gritó: "¡el pulpo!". Yo, como buen adulto responsable estaba a punto de mandarlo a la China por una salida tan absurda, pero me ganó su compañero, quien apoyó la respuesta de su amigo. "Ya sabía luego, no me acordaba nomás", fueron las palabras que hicieran de mi boca un candado cerrado. Levanté el pulgar con una sonrisa para demostrar que estaba de acuerdo y todos ellos también sonrieron. No pude descifrar cuál de los dos bandos fue más cínico, o ellos o yo. Pero tenía que investigar de forma urgente sobre la anatomía del pulpo antes de regresar a la batalla. Mi salida elegante fue… "me voy a la cocina", y corrí a la computadora portátil.
"Levanté el pulgar con una sonrisa para demostrar que estaba de acuerdo y todos ellos también sonrieron. No pude descifrar cuál de los dos bandos fue más cínico, o ellos o yo".
Al verificar que ellos tenían razón, mi autoestima se derramó por el piso. Reflexioné sobre los cambios que se desarrollan cada vez con mayor rapidez y en la tecnología que se convierte en un tsunami de conocimientos para el que el cerebro humano no está capacitado. Es como querer descargar un disco rígido de 100 terabytes en un pendrive de 2 megas.
Recordé un artículo del director del Empleo, Enrique López Arce, quien hace tres días mencionó sobre los trabajos que pronto podrían desaparecer, entre ellos cobrador, ordenanza o mensajeros (currier), operadores de computadoras, conserjes o los guardias. Y es que cada vez hay más bocas de cobranzas, más dinero plástico, mails y teléfonos inteligentes, más cámaras de seguridad.
La tecnología hace que desaparezcan empleos y surjan nuevos. Por ejemplo, en la época en la que no había electricidad, el uso de las velas era masivo y entonces trabajaban no solo los que las fabricaban, sino los que recorrían las calles vendiéndolas. Los que encendían las farolas en las calles también desaparecieron. Incluso los que de madrugada recorrían las casas gritando para despertar a sus "clientes" para que estos no llegaran tarde a sus labores, ya que no existía el reloj despertador. Los gallos eran utilizados para esta tarea en el campo, no en la ciudad.
Entre los nuevos empleos que surgen en este siglo se cuentan, por ejemplo, el de educador social, que interviene en la realidad sociocultural de las personas; el de profesional de la salud ambiental, encargado de bregar contra el sedentarismo y promover actividades en espacios verdes; el de técnico en Información y Comercialización Turísticas; el de restauración de Bienes Culturales; el de diseñador de entornos web o incluso el de compilador de contenidos multimedia.
Los empleos aparecen y desaparecen constantemente y debemos estar actualizados, no sea que en un momento de la vida nos sorprenda un monstruo de 9 cabezas y 3 corazones, porque según internet sí existe.