Por Alex Noguera

Periodista

Como los últimos esfuerzos de la parturienta antes de dar a luz, el dolor previo al nacimiento del nuevo año se vuelve insoportable con la canción "faltan 5 para las 12" que resuena envuelta con moño de regalo, estruendos de petardos y alegrías ajenas. Ese momento es soledad absoluta, es ausencia, es un recuerdo lejano que se diluye en la noche como el humo de la pólvora, es impotencia de los huérfanos que no pueden ya correr a abrazar a su mamá.

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Son los 5 minutos más largos y tristes del año, cuando se cortan las cebollas y las lágrimas se vuelven en bravío mar, incontrolable, pero silencioso como la inmensidad del alma.

Y la curiosidad pregunta al vecino sobre la ventura del calendario próximo a estrenar y brotan respuestas gastadas como dinero, éxito, fama. Otros, más sabios y ajetreados por la vida sueñan con la salud resentida o un perdón inmerecido. La algarabía de las fiestas, las risas, los brindis, aturden los sentidos y emborrachan la conciencia por el anhelo de ese único abrazo que resulta imposible de recibir. Ni con todo el dinero, ni con todo el éxito, ni con toda la fama.

¿Qué pedirías en este nuevo año? Para muchos, la palabra mágica sería amor, en todas sus acepciones. Es decir, amar y ser amados por una pareja, por la familia, por los amigos. Amor es el mandamiento principal de los cristianos y la llave para alcanzar la felicidad. Pero exige sacrificios, pues implica desprendimiento. En verdad, el amor requiere de mucho trabajo, que es precisamente otro de los principales deseos que expresan las personas. Si tienen empleo, piden que este sea más provechoso durante el año que comienza, y si carecen de él, pues conseguir un puesto que les devuelva la dignidad de producir el sustento.

El trabajo es tan importante que incluso el Opus Dei pregona la búsqueda de la santidad a través de él, cosa que deberían contarles a aquellos altos funcionarios que durante décadas siguen atornillados a su lugar sin retribuir de manera honesta al Estado.

Otro de los pedidos más importantes en estas fechas es la Justicia. De hecho, para algunos como los que están presos y cumplen condena no hay nada más preciado, y más aún para los que han perdido la libertad y ni siquiera tienen una condena que justifique su condición. Estos también cortan cebollas de rabia ante la lentitud de los procesos.

Pero la justicia no se refiere únicamente a estar frente o tras unos barrotes. También la claman los que han sido estafados, engañados, abusados. ¿Qué diferencia hay entre un ladrón que arrebata sus bienes a una persona mediante alguna estafa y un violador que ceba su cobarde lujuria en un semejante indefenso o un político que utiliza sus artes de la mentira para convencer a un auditorio ignorante de su egoísta intención de poder?

Justicia claman también los abandonados, los enfermos que van a consultar y no reciben el trato que merecen, los ancianos que gastan sus últimos días prisioneros del olvido, el trabajador que es explotado sin poder quejarse, los que pasan hambre.

Que se acaben las guerras es otro grito que resuena en el colectivo social. Todos quieren paz, sin embargo el mundo es testigo de las más atroces confrontaciones. Vemos civiles muertos, niños rotos en cuerpo y mente, vemos el desgarrador llanto de los sobrevivientes, vemos atónitos y no creemos posible tanto horror.

Amor es el mandamiento principal de los cristianos y la llave para alcanzar la felicidad. Pero exige sacrificios, pues implica desprendimiento.

Paz piden, pero los gobiernos prueban como en un laboratorio sus nuevas armas en inocentes, los mercaderes venden a miles de ciudadanos para que se los lleve la muerte y los que huyen prefieren ahogarse en el mar antes que mirar hacia atrás.

¿Qué pedirías ahora que se inicia el año? Tantas cosas. ¿Bajar de peso? ¿Cirugía estética? ¿Un auto 0km? ¿Comprensión? ¿Salir campeón? ¿Un clima más benigno? ¿Respeto por la naturaleza?

Durante 5 minutos podemos cerrar los ojos y sentir ese abrazo ausente, dejar que las cebollas sean las culpables y pensar qué queremos realmente. Tal vez tiempo. Tiempo para uno mismo, para reparar los agujeros del corazón. Tiempo para recordar que uno es importante, si no para los demás, sí para esos brazos invisibles que aprietan más que nada, que transmiten seguridad y valor para enfrentar esos desafiantes 365 días que vienen todos juntos, en tropel, perfectamente formados como ejército para la batalla.

Y cuando terminen los 5 minutos y el reloj marque las 12, podemos abrir los ojos y sentir orgullo de recordar lo que somos y que tenemos todo un año para cambiar el mundo. Hoy ya no corremos a casa a saludar a nadie. No hace falta.

Hoy la tibieza del recuerdo nos hace entender que el regalo ya fue dado, que tenemos una sola vida y que es única e irrepetible. Y aunque todos vamos a pasar, como los años que se van, tenemos que honrarla defendiendo lo correcto, por más que las cebollas a veces se empeñen en nublarnos la vista.

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