Por Mario Ramos-Reyes

Filósofo político

Es curioso lo que está ocurriendo con la elección de Donald Trump en noviembre pasado. El pasado lunes 19 de diciembre, el Colegio Electoral votó en pleno, eligiéndolo como el 45° presidente de los Estados Unidos. Trump obtuvo 304 votos electorales contra 227 de la ex senadora Clinton. Otros candidatos ganaron los 7 votos restantes. El nuevo presidente electo, con más del mínimo de 270 votos electorales requeridos, logra así pasar ese límite que será certificado oficialmente el 7 de enero del año entrante. A pesar de la insistencia y presión de miles de votantes y operadores políticos a los electores para que cambien su voto –bajo el argumento de que Trump no había ganado el voto popular– la mayoría abrumadora se mantuvo en su promesa inicial. Esta historia no es nueva. Ha ocurrido más de una vez en la historia del país. En el siglo diecinueve, John Quincy Adams en 1824, Rutherford B. Hayes en 1876 y Benjamin Harrison en 1888, fueron elegidos presidente sin haber ganado el voto popular. Al filo del tercer milenio –en el 2000–, en una elección histórica y disputada, G.W. Bush también fue elegido tras haber perdido el voto popular por unos 500.000 votos más o menos. Hoy le tocó el turno a Trump.

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Pero lo más curioso es que numerosos expertos –o así la gente los llama y en muchos caso lo son–, han criticado esta forma de elección como antidemocrática. Lo irónico del caso es que estos mismos comentaristas, que generalmente vienen de las grandes universidades –las del establishment– no dudan en criticar el populismo de Trump y su falta de capacidad (de Trump) para ser presidente y al mismo tiempo, critican al sistema del Colegio Electoral que, precisamente, fue establecido contra candidaturas populistas. Critican, por eso, el sistema antipopulista que elige a un populista. Incluso, la sorpresa sube de punto y tal vez la inconsistencia, cuando se invoca la figura de Alexander Hamilton –el posible ideólogo del sistema del Colegio Electoral– como aval de sus peticiones.

De ahí que el colegio electoral fue pensado como un freno y contrapeso para la elección de presidente, dando voz y voto a estados que, por su ubicación geográfica y realidad social, no estaban cerca de los grandes centros urbanos.

Y digo sorpresa, e inconsistencia pues, justamente, fue el mismo Alexander Hamilton el que, de manera explícita en el Federalista 10, había descrito a la "república" como un esquema de representación, rechazando categóricamente las formas democráticas como pasto de facciones, rivalidades y abrevadero de demagogos. Eran las facciones políticas las que, a criterio de Hamilton, amenazaban la unidad de la nación. El modelo de Hamilton era el de una república, no de una democracia de tonos roussonianos. Un sistema en donde la representación regional de áreas menos pobladas y alejados de los centros de poder tuvieran una palabra que decir en la elección de su presidente.

Los fundadores de la república evitaban así que el sistema de elección sea pasto de demagogos que excitaran a las masas. De ahí que el Colegio Electoral fue pensado como un freno y contrapeso para la elección de presidente, dando voz y voto a estados que, por su ubicación geográfica y realidad social, no estaban cerca de los grandes centros urbanos. Y así, si el voto popular hubiera prevalecido, entonces con solo 17 Estados urbanos de las dos costas, la del Este y el Oeste, y algunos del centro –los más poblados que dieron su voto a Hillary Clinton–, decidirían las elecciones. Trump, que ha ganado en aproximadamente 30 estados, habría perdido. Si fuera así, las campañas presidenciales serían breves y circunscritas a los estados más poblados sin que los estados pequeños tengan una palabra en la decisión de las elecciones.

Y de ahí mi curiosidad inicial: fue la candidatura y campaña de Trump, contraria al elitismo de ambos partidos y explotando el descontento del obrero medio lejos de los centros, lo que capturó los resultados del Colegio Electoral, sabiendo que los votos de las costas, más inclinados a una prensa iluminista y grupos antipopulistas, no podrían aceptarlo. El recurso del voto popular y su defensa como legitimación ha sido y es esgrimido por la campaña de Hillary que aún no ha asumido las razones de la derrota. Pero, cualquiera sea la explicación de la misma, el rechazo del Colegio Electoral no se debe hacer en nombre de la mayoría de votos, sino en el autoexamen del discurso demócrata, profundamente elitista, y que ha olvidado su propia historia. Diría más, de haber el Partido Demócrata conservado su tradición de partido popular y cuasi populista del ciudadano de tierra adentro, del minero, del granjero, el Colegio Electoral hubiera sido la garantía al mismo de su victoria. Hoy no lo es. Hoy, un populista ganó gracias a un régimen constitucional federal de frenos y contrapesos contrario al populismo. Bienvenidos al posmoderno siglo veintiuno.

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