Por Richard E. Ferreira-Candia

Periodista, analista y docente

@RFerreiraC

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

En la política –dicen– no hay margen de error y menos para una acción que sea considerada absurda. A la larga, un paso en falso sea por una equivocación o por sostener algo que llegue a lo absurdo, terminará minando el escenario con hechos o casos que podrán convertirse en armas letales para que el contrincante pueda usarlas cuando lo considere oportuno o, lo más importante, para que el elector defina qué camino adoptar (respaldar o no).

Las acciones, declaraciones, promesas u omisiones, más allá del registro que puedan hacer los medios, quedan en la memoria colectiva de la gente, de los futuros votantes.

-Eso es cierto. Aunque en Paraguay se afirma que hay una flaca memoria, y que los errores o las acciones absurdas pasan con el tiempo y la misma gente que cuestiona al principio es la que, finalmente, respalda a sus mismos verdugos -dijo el comandante, mientras se disponía a tomar su segundo sorbo de café negro, sin azúcar.

Sentados en el altillo del Café Literario, conversábamos luego de dos semanas sobre las campañas electorales, las posturas de los partidos sobre temas como la enmienda y las estrategias desplegadas de manera desordenada en la escena política.

En el mundo de la comunicación política se afirma que las campañas si bien terminan en el día de las elecciones, estas pueden comenzar cuando el político desee y, generalmente, es muy temprano, como ocurre siempre en nuestro país, indicó.

-Pero las generales están a la vuelta de la esquina -apunté siguiendo su comentario, a lo que respondió que la campaña electoral comenzó hace bastante tiempo como un tsunami que arrasa todo a su paso.

-Nos guste o no, nos afecte o no (generalmente sí nos afecta cuando se trata de temas de campañas), la única cosa en la política que no se puede reemplazar es el factor tiempo. Si un político se duerme y espera, le madrugan -enfatizó el comandante. Pero –añadió–: Convengamos que una cosa es hacer campaña política (que es legítima en cualquier tiempo) y otra muy distinta hacer campaña electoral (que es ilegítima en un tiempo no electoral). Los candidatos o, mejor, quienes desean ser candidatos a un cargo tienen todo el derecho del mundo de preparar el terreno para su campaña electoral (a su favor o para su sector), articular sus estrategias e instalar los temas que crean son fundamentales y hagan diferencia con los de sus futuros oponentes. Tienen que hacer que sus temas sean más relevantes que los de sus contrincantes, para ganar la adhesión de los electores, y sobre todo, primero, de los indecisos de su propio partido.

El comandante tomó de vuelta un sorbo de café y continuó. En la comunicación política, instalar los temas de debate es una necesidad permanente y hasta se vuelve una prioridad en el marco de una estrategia. Puede que lo que se plantee sea un error o un absurdo, pero al lograr que un tema se instale se está marcando la agenda y, en política, siempre, el que golpea primero, golpea mejor, según la consideración de algunos. Permite, además, medir fuerzas (a favor y en contra), lograr que se adopten posturas (con lo que se consiguen divisiones) y, a la vez, se distrae de otros temas más importantes y preocupantes, como la situación de un país.

Uno de los desafíos de todo político (y de toda estrategia comunicacional política) está en tratar de dominar la agenda de debate, y para eso se recurre a los medios que estén al alcance. Lo que importa –dicen– es que el tema no solo se convierta en discusión en el entorno político, sino que se traslade al debate callejero, a la gente. Ese es un logro. Y lo es en cierta medida.

Hay que decir que la simple instalación de un tema en el debate entre la gente, no significa que tenga un retorno exitoso. Puede ser una navaja de doble filo, que genere a la larga una herida profunda por el mal uso de esa estrategia.

En política se cometen errores; admitirlos y enmendarlos también es posible, pero cuando no solo son errores y se trata de aspectos absurdos, levantar la crítica es considerablemente más difícil.

Thomas Hobbes, en "Leviatan", escrito en 1651, diferenciaba los términos de "error" y "absurdo": "Si lo que pensamos que iba a suceder no sucede, o lo que imaginamos que precedería no ha precedido, llamamos a eso Error; a él están sujetos incluso la mayoría de los hombres prudentes. Pero cuando razonamos con palabras de significación general, y llegamos a una decepción al presumir que algo ha pasado o va ocurrir, comúnmente, se le denomina error; pero es, en realidad, un Absurdo".

Coincidimos en que así como los políticos deciden iniciar sus campañas cuando ellos consideran oportuno, la gente también tiene el derecho de definir cuáles son los errores que cometen y cuáles son los actos absurdos en los que caen. Y ahí no hay agenda que sirva.

Ya que mencionamos a Hobbes –dijo el comandante poco antes de irse– es bueno recordar lo que decía sobre el hombre y el poder: "El deseo de poder, al contraponerse en sus diversas formas encarnadas por los apetitos de los individuos, engendra la guerra y la anarquía, un mundo de pasiones desatadas en el que el hombre es un lobo para el hombre". Eso.

Déjanos tus comentarios en Voiz