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Al lado de la carretera Panamericana, a casi 375 millas al norte de Santiago, la capital de Chile, se encuentra El Romero, la mayor planta de energía solar de América Latina y una de las doce mayores de su clase en el mundo. Sus 775 mil paneles solares grises se extienden a través de la ondulada meseta del desierto de Atacama como hojas de agua.

Construido a un costo de US$ 343 millones por Acciona Energía, una empresa española, El Romero comenzó a conectarse a la red nacional el mes pasado. Para abril debería llegar a su máxima potencia, generando 196 megavatios de electricidad, suficiente para alimentar una ciudad de un millón de personas. Un tercio de su producción será comprada directamente por la filial chilena de Google y el resto alimentará la red local de ese país.

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El Romero es una evidencia de una revolución energética que se está extendiendo por toda América Latina. La región ya lidera el mundo en energía limpia. Durante casi siete meses este año, Costa Rica funcionó puramente con energía renovable. Uruguay se ha acercado a eso. En el año 2014, último año para el cual existen datos comparables, América Latina en su conjunto produjo el 53% de su electricidad a partir de fuentes renovables, en comparación con un promedio mundial del 22%, según la Agencia Internacional de Energía.

La impresionante producción de energía limpia de la región se ve reforzada por la abundancia de energía hidroeléctrica. Sin embargo, las grandes represas son cada vez más polémicas: en los últimos años Brasil y Chile han bloqueado proyectos hidroeléctricos en áreas ambientalmente sensibles. Las fuentes de energía alternativas, como la eólica, la solar y la geotérmica, todavía representan solo alrededor del 2% de la producción de América Latina, en comparación con un promedio mundial del 6%.

Sin embargo, hay varias razones para pensar que esta participación crecerá rápidamente.

Una es la dotación natural de la región. El Romero, por ejemplo, disfruta de 320 días de sol al año. En el horizonte, en medio de las cumbres andinas, se asientan dos observatorios astronómicos, testimonio de la claridad del aire. Gran parte de América Latina está bien adaptada a la energía solar y eólica y la región volcánica de Centroamérica y el Caribe tienen potencial geotérmico.

A nivel mundial, el progreso tecnológico y las economías de escala (donde empresas obtienen ventajas en términos de costos gracias a la expansión) han reducido el costo de la energía verde. Una vez construidas, las plantas solares son mucho más baratas para operar que las centrales térmicas.

"El Romero es un símbolo de que la energía alternativa ya no es alternativa", dijo José Ignacio Escobar, jefe de operaciones de Acciona Energía en Chile. "Es la más comercial ahora", añadió.

Países como Brasil, Chile, México y, recientemente, Argentina han modificado sus reglamentos para fomentar la energía alternativa sin tener que ofrecer subsidios. Algunos han celebrado subastas de contratos de generación exclusivamente para renovables, según Lisa Viscidi, especialista en energía del Inter-American Dialogue, un grupo de expertos en Washington.

El marco regulatorio de Chile goza de la confianza de los inversionistas y ha fomentado la generación de energía renovable mediante la subasta de contratos más pequeños. La nación se ha fijado el objetivo de producir el 20% de su electricidad de fuentes renovables no hidroeléctricas para el 2025. Argentina y México tienen metas similares.

Hay, sin embargo, dos trampas. En Chile la penalidad por incumplimiento de contratos es baja, lo que significa que los ganadores de subastas pueden retirarse más tarde si no recaudan financiamiento. Además, tanto la energía solar como la eólica son intermitentes. Esto significa que necesitan ser emparejadas con la generación básica de energía. En muchos países latinoamericanos esto suele provenir del gas natural, que emite menos carbono que el petróleo, aunque en Chile proviene del carbón. Mayores esfuerzos para conectar las redes entre países podrían reducir la necesidad de combustibles fósiles como respaldo.

La energía renovable ofrece grandes beneficios a la región. Chile no cuenta con combustibles fósiles nacionales. Como resultado de su última subasta de contratos de energía, para el 2025, sus precios deberían ser un tercio más bajos de lo que son ahora, calculó el ex ministro de Hacienda Andrés Velasco. Además, al promover las energías renovables, América Latina está ayudando a reducir las emisiones de carbono en todo el mundo, aunque también necesita hacer más para detener la deforestación y alentar el transporte público.

Esto es importante tanto por razones políticas como altruistas. Los latinoamericanos se preocupan más que nadie por el cambio climático, según un sondeo realizado por el Pew Research Center, un centro de estudios estadounidense que realiza encuestas internacionales. Tienen buena razón: la región es propensa a desastres naturales y climas extremos. Para tomar un ejemplo actual, en noviembre, Bolivia impuso racionamiento de agua en La Paz, la capital. Los tres embalses que sirven a la ciudad están casi secos. El lago Poopó, una vez un gran cuerpo de agua dulce en el altiplano, casi se ha secado y, aparentemente, de forma permanente.

Fuera de Chile y Colombia, los depósitos de carbón son escasos en América Latina. Esa es la razón por la que la industrialización llegó tarde a la región. En el siglo XXI, sin embargo, esto puede resultar una ventaja para ayudar a América Latina a avanzar rápidamente hacia una economía poscarbono.

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