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Una semana atrás, un tribunal condenó al sacerdote redentorista Estanislao Arévalos Pedrozo a seis años de prisión por abusar sexualmente de dos menores. Un caso que quedará (o debería quedar), aunque el hecho no reparará el daño causado, como un punto de partida en las investigaciones de la larga y oscura lista de denuncias sobre abusos sexuales por parte de integrantes de la Iglesia Católica paraguaya.
Y este, en mucho tiempo, es un caso emblemático, ya que últimamente fueron varias las denuncias por casos similares en los que estaban involucrados representantes de la Iglesia Católica paraguaya, pero muy pocos, casi nada, fueron los investigados y llegados a una condena.
Durante este año salieron a luz varios casos similares e incluso denuncias contra las autoridades de la Iglesia Católica, de que hubo hechos que se habían, incluso, ocultados y avalados por los propios obispos, por lo que será de suma importancia que la condena al padre Arévalos Pedrozo sea realmente el punto de partida de una "limpieza" y "salida a luz" de otros casos que tienen como protagonistas a miembros del cuerpo religioso.
Otros hechos que también salieron a luz, y sobre el cual la Conferencia Episcopal Paraguaya (CEP), en mayo pasado sí se pronunció, fueron los ocurridos en una parroquia de Paso Yobai, Diócesis de Villarrica, donde los sacerdotes Francisco Javier Bareiro y Gustavo Ovelar, de la Congregación Oblatos de María, fueron separados también por abusos sexuales de menores.
Parte del pronunciamiento de la CEP decía: "Como obispos, asumimos, basados en la misión y el ejemplo que nos dio el propio Jesucristo, en cuyo nombre servimos, de proteger a los menores y de evitar el abuso sexual".
Añadía que "por esta razón y movidos por el amor a la Iglesia y a la verdad sobre las enseñanzas del Señor, queremos hacer cuanto sea necesario –con caridad, pero con justicia– para evitar los males que provienen de las graves faltas, que algunos ministros de la Iglesia puedan cometer contra los más vulnerables".
Son los mismos obispos, sacerdotes y religiosos/as quienes están haciendo perder ese valor que en una época tenía la palabra de los representantes de la Iglesia.
Como intención de la cúpula de la Iglesia Católica, es válida, muy válida, pero habrá que ver hasta qué punto se llega a concretar, puesto que no se sabe si las denuncias sobre estos repudiables casos no se irán sucediendo, teniendo en cuenta que por muchas años, décadas incluso, hacer una denuncia contra los curas era un caso hasta si se quiere fuera de lo humano.Durante el 2016, de acuerdo a datos, fueron 10 los sacerdotes denunciados por abusos sexuales, contra niños y adolescentes.
Algunos fueron condenados, pero no alcanzaron las penas suficientes para entrar en una cárcel. Incluso durante este año La Nación publicó casos de sacerdotes argentinos que fueron acusados por abusos sexuales en menores, sin embargo, lejos de afrontar la ley, se ocultaron en territorio paraguayo, donde eran supuestamente amparados por el "silencio" de la Iglesia.
El más emblemático fue el del sacerdote Carlos Richard Ibáñez Morino, investigado por denuncias de abuso sexual de al menos diez jóvenes en Bell Ville, provincia de Córdoba, a principios de los '90. No se puede negar que el Paraguay es un país donde el catolicismo está muy arraigado.
Donde la religión Católica es practicada o por lo menos se intenta practicar en un alto porcentaje y en donde el "pa'íma he'i" (el cura ya lo dijo) está (estaba) tan metido en la gente, que era como el alimento de vida de muchas personas.
Sin embargo, ese "poder" ejercido por los sacerdotes cada vez más va perdiendo fuerzas, y la causa principal viene de ellos mismos. Son los mismos obispos, sacerdotes y religiosos/as quienes están haciendo perder ese valor que en una época tenía la palabra de los representantes de la Iglesia.
Es difícil o va a ser muy difícil recuperar la credibilidad de la predicación de la palabra de Cristo, si sus representantes, en este caso de Paraguay, no dan un violento giro y se acercan más a la gente, escuchar más a la gente y no vivir dentro de una burbuja creyendo que la única verdad está en sus bocas. Y la realidad es que hoy por hoy, la verdad está más en la calle que en boca de los religiosos.