• Por Rodrigo Rojas
  • socio ADEC
  • rodrigorojas@sinergiapositiva.com.py

Me encontraba en uno de mis últimos años de colegio en Chile, quizás inspirado por las clases de economía y mercado que dictaba nuestro querido profesor Cortez del electivo humanista, en que revisábamos algunos casos de fábricas en China y Taiwán donde la calidad de vida de los trabajadores se veía espantosamente disminuida en beneficio de la producción en escala, preguntándome por qué el único propósito de las empresas debía ser la generación de valor para los accionistas, si la distribución del esfuerzo me mostraba diferentes variables que también debía considerar para que al disipar la ecuación algunos no perdieran indefinidamente.

Recuerdo haber meditado en el diseño de un modelo de negocio inclusivo que considerara el esfuerzo. Pensaba que clientes de todo el mundo estarían dispuestos a pagar un poco más por algunos productos con alto valor social agregado, a sabiendas de que la empresa tenía como política la distribución equitativa de sus ingresos.

Como todavía era una idea, hice lo que todo emprendedor hace al comenzar: fui con algunos amigos a preguntarles si estarían dispuestos a comprar mis -todavía no existentes- productos a una empresa con esta filosofía. El rechazo a mi idea fue rotundo, algunos me dijeron que estaba loco al creer que habría personas dispuestas a pagar más por productos que encontrarían más baratos en el mercado.

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Creo que ése fue el primer error que cometí como futuro emprendedor: consulté a las personas incorrectas, ellos no eran mi target: un segmento adolescente con alta sensibilidad al precio no serían mis verdaderos clientes, fui como el escriba Arkad del libro El hombre más rico de Babilonia, que queriendo hacer un buen negocio en venta de joyas le pide su opinión al fabricante de ladrillos y no al que verdaderamente sabe sobre el tema. El segundo error lo cometí inmediatamente después, no defendí mi idea y dejé que muriera sin siquiera haberlo intentado.

Años más tarde me enteré de que otras personas tuvieron ideas similares y que sintieron la férrea voluntad de llevarlas a cabo pese a las opiniones de los demás. Uno de ellos fue Gastón Acurio, el famoso emprendedor gastronómico peruano, uno de los principales referentes de su industria a nivel mundial. Hace poco tuve la oportunidad de compartir una cena con él y escucharlo hablar acerca de sus proyectos y de los procesos que vivió para refinar su idea hasta convertirla en una marca país.

Gastón logró desarrollar a través de la cebichería peruana un modelo de negocio sencillo, capaz de generar mucho valor agregado y de capturarlo en una experiencia gastronómica diferenciada y replicable a nivel global, especialmente dirigida a un segmento que maneja los mismos códigos y que valora tanto que el producto sea de alta calidad como que la cadena de producción se haya integrado verticalmente hacia atrás considerando el esfuerzo de los microproductores.

Un ejemplo de que con voluntad firme, filosofía inclusiva, visión global y sabiduría al elegir el target, podemos crear modelos de negocio de alto impacto, que le hacen bien a nuestros clientes, a nuestros colaboradores y, por sobre todo, a nuestros país.

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