De The Economist
No es precisamente claro cómo gobernará Donald Trump, el grado al cual llevará a cabo algunas de sus promesas más atemorizantes sobre comercio e inmigración, o quiénes serán sus jefes económicos en la Tesorería y en la Casa Blanca. Sin embargo, una primera suposición decente es que el presidente Trump será malo para la economía mundial en general, y la segunda es que sus acciones probablemente harán más daño, a corto plazo al menos, a las economías fuera de Estados Unidos.
En el pasado, cuando Estados Unidos se ha apartado de su papel en el centro del sistema económico mundial, el daño se ha propagado más allá de sus fronteras. En 1971, cuando el presidente Richard Nixon puso fin al sistema de posguerra de tipos de cambio fijos que tenía a Estados Unidos en su centro, su secretario del Tesoro, John Connally, dijo a los líderes europeos: "El dólar es nuestra moneda, pero es su problema". Este resultado electoral, para parafrasear a Connally, pertenece a Estados Unidos pero potencialmente es un problema económico más grande para todos los demás.
La escala y naturaleza de ese problema dependen de la interrelación de los dos elementos principales del populismo económico de Trump.
El primero es la acción para impulsar la demanda agregada. Trump favorece los recortes de impuestos y el gasto público extra en infraestructura.
El segundo elemento es el proteccionismo comercial. Ha prometido imponer aranceles a las importaciones chinas y renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN, o NAFTA por su sigla en inglés) con México y Canadá.
Al grado en que se incline más hacia el primer elemento y menos hacia el segundo, el daño inmediato a la economía de Estados Unidos será limitado. Incluso en ese caso, sin embargo, el efecto neto de una presidencia de Trump sobre la economía fuera de Estados Unidos probablemente seguirá siendo perjudicial.
Para entender por qué, remontémonos al tema de la burla de Connally: el dólar. Cuando se volvió claro que Trump ganaría la elección, el billete verde cayó frente a las monedas de países ricos como el euro, el yen, el franco suizo y la libra esterlina, conforme los inversionistas buscaban un refugio ante la incertidumbre política en Estados Unidos. Un índice de su valor contra las principales monedas descendió en 2 por ciento en las primeras operaciones del 9 de noviembre. Sin embargo, a las pocas horas había recuperado casi todo el terreno perdido, a medida que los inversionistas descifraban una historia positiva para el dólar, con base en las perspectivas de un impulso a la demanda en la economía de Estados Unidos y una afluencia de capital del extranjero.
Un acuerdo entre Trump y el Congreso para recortar los impuestos corporativos, continúa la lógica, provocaría que las compañías estadounidenses forradas en dinero repatriaran las utilidades retenidas en el extranjero. También les permitiría incrementar el gasto de capital en Estados Unidos, porque tendrían más dinero disponible y las consecuentes utilidades serían gravadas más ligeramente. Los mayores déficits presupuestarios implicados por la reforma fiscal, junto con más gasto público en infraestructura, apuntalarían a los rendimientos sobre los bonos de la Tesorería a largo plazo. En realidad, después de caer inicialmente tras el triunfo de Trump, los rendimientos sobre los bonos de la Tesorería a 10 y 30 años están al alza de nuevo.
Sumemos el potencial para una inflación más alta debido al estímulo y el uso más probable de algunos aranceles proteccionistas, más una Reserva Federal con una inclinación más belicosa, a medida que los designados de Trump alteren la complexión de su comité de establecimiento de tasas de interés, y tendremos los elementos de una renovada recuperación del dólar.
Un estímulo fiscal aunado con un derroche de inversión en la economía más grande del mundo, si todo lo demás sigue igual, también debería ser bueno para la demanda agregada mundial. Si este tipo de "populismo de reflación" mejora las perspectivas a corto plazo para la economía de Estados Unidos, eso podría disuadir a Trump de restablecer con toda intensidad el "populismo anti-comercio".
Bueno, quizá. Dadas sus inclinaciones, sin embargo, es fácil imaginarlo restableciendo un proteccionismo blando que mantenga gran parte de la demanda adicional dentro de las fronteras de Estados Unidos. Podría, por ejemplo, apoyar a las empresas que favorezcan a los proveedores nacionales o incluir condiciones de contenido local a los proyectos de infraestructura financiados públicamente. Lo que es más, la repatriación de las utilidades por parte de las empresas estadounidenses alejaría los recursos de sus subsidiarias en el extranjero.
En 1971, el mundo temía a la debilidad del dólar. En estos días, la fortaleza del dólar tiende a tener un efecto restrictivo sobre las condiciones financieras mundiales.
Las fluctuaciones del dólar están fuertemente vinculadas a las alzas y bajas del ciclo del crédito. Cuando el dólar está débil y las tasas de interés estadounidenses son bajas, las empresas fuera de Estados Unidos son propensas a pedir prestados dólares. A menudo la grandes empresas, repletas de esos préstamos baratos, extenderán más crédito en monedas locales a otras más pequeñas. Cuando el dólar sube, sin embargo, el ciclo se revierte, conforme los deudores corporativos fuera de Estados Unidos se esfuerzan por pagar sus deudas en dólares. Eso causa una restricción más general del crédito.
México tiene más que perder por la presidencia de Trump, si este mantiene sus promesas de campaña, así que el peso se desplomó tras darse a conocer el resultado. Sin embargo, México, junto con Chile, Filipinas, Rusia y Turquía, también tiene una gran carga de deuda en dólares, la cual se está volviendo más costosa en la moneda local. La inclinación proteccionista de Trump podría hacer difícil que los mercados emergentes salgan de sus problemas mediante el comercio. Probablemente, solo unos cuantos saldrán ilesos tras su triunfo electoral.
¿Dónde deja el triunfo de Trump a China, la segunda economía más grande del mundo? China representa aproximadamente la mitad del déficit comercial neto de Estados Unidos, así que en la evaluación de suma cero de Trump, tiene mucho que perder si Estados Unidos lanza una guerra comercial sin cuartel. En realidad, la disrupción resultante en las cadenas de suministro mundiales perjudicarían fuertemente a las empresas estadounidenses, y los precios más altos sobre los productos importados afectarían a los consumidores estadounidenses, especialmente a los hogares más pobres, que gastan proporcionalmente más en ellos.
Todo el mundo tiene mucho que temer de las amenazas de Trump de desmontar acuerdos comerciales e imponer aranceles punitivos a las importaciones. Aun cuando no llegue a iniciar una guerra comercial, el estilo imprudente y poco fundamentado en hechos que cultivó durante la campaña pudiera causar serio daño cuando sea presidente. Sus amenazas exageradas ahora conllevan el peso de la presidencia de Estados Unidos. Su triunfo fue suficiente para hacer temblar a algunos mercados financieros, y lo que pudiera hacer con él pudiera provocar un pánico a gran escala.
Aun cuando no llegue a eso, como la votación del Brexit, marca un alarmante paso para alejarse del orden económico liberal y abierto y acercarse a más aislacionismo y menos prosperidad.