Por Esteban Aguirre

@panzolomeo

Este fin de semana se podría decir que la frase "en Paraguay luego no hay nada para hacer" recibió un sinfín de akãpetes y un "¡cállese a su árbol!" en formato de -montónactividades de todo tipo.

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Desde una previa llamada Resistance para pre calentar el camino a Ultra (creo que así le llama la juventú), o sea básicamente bailar el jueves porque sabes que te vas a ir a bailar otra vez el sábado, con el honor de verle mover el esqueleto al cirujano del sonido llamado Carl Cox. A todo eso sumaron sus nostálgicas voces aquellos que fueron a escuchar a Chirola, en su formato solista llamado La de Roberto ir a arrancar los parlantes, antes de que los Magic Numbers suban a la escena para que, un poco más tarde, un montón de amantes de andar por la vida sin documentos empiecen a corear el nombre de aquel veterano del escenario, al que alguna vez lo apodaron "El Salmón", Andrés Calamaro.

Todo esto, que apenas es un breve pantallazo de, literalmente, demasiadas actividades para un solo fin de semana. Sin mencionar el megafestival cultural-gastronómico japonés "Nihon Matsuri", realizado en el Jockey Club del Paraguay. El evento fue organizado en conmemoración del 80° aniversario de la inmigración japonesa al Paraguay, convocando unas 15 mil personas.

La sensación de caminar por un festival bien organizado, y estamos hablando de ese "bien bien" que refleja la manera de trabajar de los japoneses, hace que uno verdaderamente se sienta parte de algo, de una comunidad de comensales que transitan buscando, en paz, saciar un apetito en común convocado principalmente por la curiosidad.

En este caso, la sensación de comunidad estaba intensificada, ya que uno podía percibir cierta afabilidad de parte de los miembros de la comunidad japonesa, manifestado en saludos, o también la amabilidad de responder preguntas sobre la cultura, los ritos, o el popular "¿Donde pio queda el disal kapé?". La sensación era la del domingo en familia, solo que la familia era por conocer.

En tiempos globalizados, la sensación de estar empalagado, o de haber participado (desde la comunidad de la cama, wifi, pantuflas y calzoncillos) de todos estos eventos es natural. La gente empieza a hablar con poca propiedad sobre las actividades que están ocurriendo.

Casi justificando de manera decadente el "porqué no te fuiste" a tal o cual lugar. "Maaaan, yo a Calamaro le escuchaba antes de que esté en los Rodríguez, onda Abuelos de la Nada ya, ni cagando concierto, ya está toda su música en mi cabeza loco" o "A mí me gusta el sushi desde que le decían guiso al arroz, no tengo nada para ver en ese Jockey Club 'nosequé'".

Sigo sin entender por qué sentimos la necesidad de justificar el no participar de este momento por el que pasa Paraguay, en este caso Asunción. ¿Será una silenciosa pelea por no sentirnos viejos?,por no sentir que a veces no tener ganas de salir y mirar el mundo, eso no es una mala señal.

Es solo estar desganado y listo. Ahora… sí es importante darse cuenta cuando esas ganas, esa energía, ese "nosequé" que te da un "queseyó" ya está más ausente que presente. Esa energía que grita "dale vamos al concierto del grupo de tu prima", porque sí nomás. Si está (totalmente) carente es hora de tomar acción. De ponerse algún "chor malla" y salir a mironear el atardecer, la noche y cada tanto un buen amanecer. No importa si es en el formato de un concierto, una visita a una galería de arte, un "¿dónde está el elefante?" en el Botánico o cualquier cosa que sacuda un poco el esqueleto.

En mi caso, mi sacudón tuvo una cereza encima del helado. Un momento de plenitud ocio/gastro/felicidad, por así decirlo. Esto transcurrió sentado, rodeado de amigos del ayer, en el recinto de mi amiga Carolina Ronquillo, un pedazo de nirvana peruano llamado Barbacoa Peruana.

En donde no solo disfruté de una conversación de sobremesa solo comparable con crónicas animé como "El viaje de Chihiro", cortesía del ping poneo verbal de ña Ronquillo, sino también tuve un encuentro y un momento con el buen comer.

Un inicio de semana manifestado en una cata de piscos, un tiradito tri color "como pa'que aprendas", un momento cárnico entre dos abrazos, uno de un anticucho rempujado con una salsa de ají amarillo y un "Ola ke asé" de un cerdo cocinado en caja china (si te tengo que explicar de qué se trata es porque te tenés nomás que ir a probar) y cuando todo parecía que ya estaba dicho y hecho, el momento que inspiró el titular de esta columna llegaba a la mesa, un pulpo, bautizado con agua caliente y coronado al calor de la parrilla, servido simplemente con un chimichurri de tomates cherries y espolvoreado con ajos en láminas crocantes como para recordar que uno está vivo.

¡Vivo en Paraguay!

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