• Por Clari Arias, @clariarias.

La vapuleada Policía Nacional ha sumado otra triste historia a su foja de servicio. Tres efectivos de una comisaría de Asunción han sido acusados de "plantar" 315 gramos de cocaína a una joven empresaria zapatera.

La labor policial hubiera pasado desapercibida en un país en donde ya no es noticia la incautación de sustancias ilícitas, debido a la situación de país en tránsito hacia los grandes mercados de la Argentina y el Brasil, pero la indiciada de traficante por los policías se resistió al operativo de una manera feroz, utilizando todas las herramientas a su alcance: las leyes, la tecnología y hasta su reputación de buena ciudadana (hasta ahora).

Colombiana, perica, snow, la blanca, el purete, merca, falopa, polvo, María, frula, moñito. Por lo largo de este recorrer sin prisa he escuchado tantos nombres para la cocaína, como adictos hay en esta tierra. También he escuchado historias que por lejos son mejores que las películas de Hollywood (industria traumada con el tema), al punto de dudar si aquel presidente golpista era o no un narco. Mas nunca vi un trabajo policial tan burdo como el acontecido el pasado martes 11, cuando Gustavo Narváez, Arnaldo Lezcano y Petrona Ovelar –agentes de la Comisaría 11ª– interceptan el vehículo de Tanya Villalba sobre la transitada avenida Mariscal López y "encuentran" el maldito paquete blanco.

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Las primeras versiones daban cuenta de que era un operativo de rutina de estos policías, al decir del comisario Sergio Paredes, quien declaró que sus subordinados pararon a Tanya porque estaba hablando por teléfono mientras conducía, y que al momento del alto ésta se puso nerviosa por demás, por lo que el instinto policial los iluminó y les hizo pensar que algo andaba mal. En ese momento dieron con la cocaína en el asiento trasero del vehículo.

El comisario Sergio Paredes mintió todo el tiempo, porque días después –gracias a distintas cámaras de seguridad– se comprobó que la misma patrullera que detuvo a la señorita Villalba estuvo durante largos 15 minutos en la esquina de Denis Roa y Austria, lugar exacto donde la mujer tiene una tienda de zapatos caros. Para peor, también se comprobó a través de imágenes irrefutables que el oficial Gustavo Narváez la venía siguiendo en su vehículo particular, y que subió a la patrullera sobre la avenida Mariscal López para llevar adelante los hechos ya mencionados.

La historia se vuelve más delicada según pasan los días. Ahora, algunas fuentes de la Fiscalía cultivan sospechas sobre Tanya Villalba, porque surge una versión (cuándo no, de película) de que un traficante de mayor peso la habría delatado con los policías y que éstos, en vez de dar aviso a la Fiscalía, decidieron el vituperio contra la mujer, darle el susto de su vida y sacarle una buena suma de dinero.

Como si ya no tuviéramos todos suficiente indignación con el caso, hay una versión mucho más arriesgada y diabólica que se suma al entramado: alguien que guarda un profundo odio hacia la empresaria zapatera pudo haber pagado a los policías para llevar adelante la audaz historia de la cocaína en el auto, ya que con 315 gramos nadie se escapa de una dura condena por narcotráfico. ¿Tendría Tanya Villalba un enemigo (o enemiga) con tanto desprecio guardado para semejante acción?

Mientras esperamos que el Ministerio Público eche luz sobre este caso, aquí hay algo innegable, la cocaína es real. No es un cargamento al estilo Pablo Escobar o Antonio Montana, y hasta puede que un buen bife de chorizo pese más que esa bolsita que parece de harina. ¿De quién es la mercancía? ¿De dónde provino? Si es de los policías, bueno, que Dios nos ampare; si es de Tanya, bueno, que Dios la ampare. Y como dice aquella canción: "No olvides esto, no puedes regresar, cocaína, ella no miente".

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