Por Pablo Noé

Director Periodístico La Nación TV

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Uno de los primeros ejercicios educativos de mi infancia, saliendo del área limitada de las cuatro paredes del aula, era ir a la despensa del coreano de la esquina, un clásico de los 80, para hacer los mandados de mis padres. En esta simple transacción, de compra de víveres y elementos para la casa, además de ejercitar los valores de honestidad y responsabilidad, también ponía a prueba mis conocimientos matemáticos; de suma para conocer el monto final de la compra y resta para tener el vuelto adecuado.

Los otros participantes de este proceso, mis padres y los dueños del comercio, también interactuaban en la consolidación del aprendizaje, cada uno cumpliendo su rol, de contralores y proveedores. No solo entraba en la balanza evaluativa el aspecto económico, sino la calidad del gasto, si el mandado era cubierto de manera satisfactoria y si existía una correlación en el tiempo invertido para cumplir con este pedido y la ejecución del mismo.

Los documentos, por encontrar una manera formal de continuar con la analogía, quedaban sentados en simples hojas recicladas, que se convertían en elementos claves para legitimar más cada una de las operaciones realizadas, y los pasos siguientes que a ejecutar, una vez finalizado el procedimiento.

De esta simple anécdota, clásica en aquel tiempo, a lo que estamos viviendo en estos momentos en la sociedad paraguaya, podemos hacer una serie de comparaciones interesantes.

El acceso masivo a la información cambió la manera de articular la sociedad, desde la generación de conocimiento hasta las posibilidades de control de la gestión pública que existe en la actualidad, lo que da mayores elementos para que aumente la calidad del gasto público.

En este escenario, la participación de la ciudadanía es fundamental para transformarse en el principal motor que garantice la transparencia de los procesos administrativos del uso de los fondos estatales. Aquí radica el principal elemento de cambio cultural que debemos entender los paraguayos para iniciar una consolidación de una modificación real del sistema de administración política.

Si mis padres no controlaban los gastos, podían facilitar que yo utilice discrecionalmente la plata; y en lugar de la leche y los huevos para el alimento familiar, la casa se hubiera llenado de golosinas. Si no compraba todo lo que me pedían, hubiera pasado lo mismo.

Si no existía castigo a mi irresponsabilidad, la misma se hubiera consolidado. Si el proveedor tenía productos más caros que los establecidos en el mercado, seguramente debería cambiar de despensa. Si no traía los papeles en los que constaban cada uno de los gastos, también se tomarían las medidas correctivas correspondientes. Es decir, de no hacerse todo el acompañamiento al proceso, el resultado educativo sería radicalmente distinto.

A un año de la aprobación de la ley de acceso a la información pública y del inicio del proceso de transparencia en la gestión pública, es imposible que sigamos bajo el mismo paradigma anterior, en el que sospechábamos las irregularidades de los administradores del dinero público, pero casi no teníamos elementos para conocer a fondo la documentación respaldatoria de sus gestiones.

El escenario hoy cambió. Lo que antes se guardaba bajo el secretismo estricto, comenzó a ver la luz para que cualquier ciudadano pueda ejercer el rol de contralor de los recursos estatales, que finalmente no es más que el dinero producto de nuestro trabajo que se debita en impuestos, es decir: nuestra plata.

El escándalo del despilfarro y mal uso de recursos destinados a una de las instituciones más queridas por la gente, como lo es el Cuerpo de Bomberos Voluntarios del Paraguay es la muestra más elocuente de que la confianza debe estar acompañada de una presión social que obligue a transparentar de manera real la tarea de todas las instituciones que se insertan dentro del Presupuesto de Gastos de La Nación.

El poder real de cambio está en la gente, en la manera de construir una república seria, en donde cada uno de los actores, que convive en esta sociedad del conocimiento, sea consciente de su rol para una transformación profunda en la administración del Estado. De lo contrario, seguiremos en la misma mediocridad de siempre.

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