Por AUGUSTO DOS SANTOS

PERIODISTA

No me resisto. Necesitaba repetir el título de la semana anterior. Es que el grave episodio del sábado: la muerte de 8 combatientes en el distrito de Arroyito hace imposible olvidarlo. Hace imposible olvidar cuánto relativizamos amenazas que son realmente importantes porque ponen en jaque la seguridad de la República.

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Criticábamos el lunes pasado la iniciativa de varios congresistas de desarrollar audiencias públicas en esta región. Mencionábamos que era de un alto riesgo llamar a consulta a las comunidades del área de influencia del EPP sobre el funcionamiento de la Fuerza de Tarea Conjunta (FTC), sencillamente porque representa exponerlos a una eventual represalia de los criminales armados si ellos aventuraran a expresarse favorablemente sobre la gestión de las fuerzas de la ley.

Decíamos que en todo caso, la opinión de tales vecinos de zonas afectadas por el terror del EPP podría recogerse mediante sondeos de opinión u otros métodos más prudentes y menos riesgosos.

Pero el punto es otro. El punto es que con el EPP no se juega. Por ello la lucha contra este flagelo debe provenir de un consenso de toda la clase política y los poderes del Estado, y al constituir un consenso debe configurarse como una agenda de Estado. Al serlo, debe estar protegido de los nubarrones y las descargas atmosféricas de la política. De lo contrario, no se logrará el objetivo y la tendencia; menos que de debilitamiento será de fortalecimiento de esta banda.

Primero y principal, es fundamental que mientras se encuentren mejores estrategas, mejores conductores, tropas más específicas y tácticas adecuadas para combatir directamente con el EPP, el atolondramiento político no nos debe llevar a desmontar el cerco actualmente existente, porque si lo hiciéramos tendríamos el serio riesgo de tener al EPP en el centro de Asunción en algún tiempo más.

Es cierto que las FTC y las fuerzas de sucesivos gobiernos han fracasado hasta hoy en el objetivo de acabar con el EPP, pero ¿acaso las muertes del sábado último no representan una muestra fehaciente de cuánto se hace y cuánto sacrificio representa impedir que esos mismos hechos terroristas se repitan en otras regiones del país. Ver con tanto entusiasmo el medio vaso vacío nos priva de ver el medio vaso lleno? ¿O por algún momento podríamos creer que el EPP se privaría de producir golpes de fuerte impacto político en otras regiones del país si lo pudiera?

Es importante por ello actuar con la valentía y la prudencia que este momento requiere. Así como es imprescindible que el presidente Cartes revise y corrija la gestión de sus altos funcionarios de seguridad y mandos policiales y militares, ya con cambios de personas o de estrategias, es también vital que el cerco al EPP se mantenga despierto en el Norte.

Algunos todavía opinan en las redes y en las mesas de café como si la lucha contra el EPP fuera un clásico Cerro–Olimpia o peor aún, un asunto que sucede en algún lejano rincón del planeta. Otros confunden gravemente los tantos, involucrando en este marco el asunto de la ausencia del Estado en las zonas del norte, que es real y tangible, pero no justifica el accionar de las bandas criminales. Otros todavía deliran con que no existen, pero hace cuatro gobiernos están matando gente.

Las autoridades –todas por ello– deben consensuar esta agenda como un tema prioritario y generar el respaldo que necesitan tener las políticas de Estado.

Me basta con reiterar el título de la semana pasada y de hoy como una advertencia: Con el EPP no se juega. Espero no volver a hacerlo nunca más por las razones de la fecha.

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