Por Juan Luis Ferreira E.

Socio ADEC

La historia ha registrado desde hace miles de años muchísimos eventos donde el ser humano actúa con rabia, con ira. Bíblicamente, Caín mató a Abel en un pico de descontrol. En forma colectiva las invasiones, guerras, ataques y exterminios llenan la línea de tiempo y la faz de la tierra.

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Nos hemos peleado por el agua, por el té, por la sal, por el azúcar, por algodón, por especias, por metales preciosos, por la tierra, por el petróleo y por todo lo que pudimos, inclusive entre países por el resultado de un partido de fútbol.

Recientemente se han producido ataques individuales con daños colectivos por todo el mundo. Puede, o no, haber algún grupo detrás, pero en todos los casos hay un escenario previo de discriminación, de mal trato, de violencia, de injusticia y hasta de agresión organizada que han generado una persona muy enojada capaz de matar a gente inocente que no solamente no conoce, sino que pueden no estar relacionadas con la raíz de su molestia.

El auge del transporte y de comunicaciones nos ha condenado a mezclarnos, quizás muy desordenadamente. Eso de "un solo cuerpo" que los cristianos tenemos como desafío de integración y solidaridad, se convierte en un hecho cotidiano de convivencia obligada para muchísima gente que habitaba un mundo simple, ordenado y satisfactorio en medio de otras personas similares en creencias, usos y costumbres.

Una de las bellezas tradicionales del Paraguay es que no podíamos mostrarle a un turista "aquí viven los ricos" o "aquí viven los pobres" porque estábamos todos mezclados.

En la medida que generemos "villas", "zonas liberadas", "asentamientos", barrios especiales, pueblos castigados o hasta departamentos olvidados, tendremos este rasgo que conlleva mucho más perjuicio que beneficio. Observemos que ahora tenemos "ghettos" en casi todos los países, aun en los supuestamente más desarrollados.

Ciertamente cuando hay ira, puede haber violencias y tragedias y a continuación alguien articula algún culpable. Alguna vez fueron los gitanos, otra vez fueron los judíos, quizás los inmigrantes europeos, tal vez los chinos, los comunistas, los musulmanes o hasta los cristianos, o cualquier otra generalización.

Una vez identificados los culpables, reaccionamos con más violencia, y tenemos enfrentamientos locales y globales para rato. Esto es un gravísimo error que debemos evitar denodadamente. Cuando caigo en un insoportable bache no tienen la culpa los menonitas, ni los brasiguayos, ni los ricos, ni los coreanos, ni los colorados, ni ningún otro que me quieran convencer.

La diversidad es inevitable y es muy saludable, tiene molestias y desafíos, pero vale la pena y el "amaos unos a otros" suena más fuerte que nunca. Que Dios nos ilumine para hacerlo realidad todos los días, en todas partes.

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