Karen Dillon

Cuando apenas estaba empezando mi carrera, asistir a conferencias parecía una excelente prestación. Usualmente se realizaban en lugares divertidos y era emocionante codearse con inteligentes líderes del pensamiento.

Sin embargo, rápidamente aprendí que la asistencia implicaba un precio silencioso. No solo me perdía de cualesquier trabajo que se requiriera de mí en la oficina –trabajo que debía averiguármelas para terminar, ya sea mientras estaba de viaje o después de regresar– también sentía una carga de probar que era valioso que me enviaran a la conferencia en primer lugar.

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Por ello me convertía en una "superasistente" y siempre traté de regresar con tanto conocimiento y contactos como pudiera reunir. Hacía trabajo en red en cada recepción y después pasaba horas escribiendo un amplio reporte de la conferencia y esperando el aplauso de mis agradecidos colegas.

El problema es que eso casi nunca sucedió. De vez en cuando me toparía con una conexión o una pieza de información que era exactamente lo que mi colega necesitaba y tendría una conversación subsecuente dónde tenía la oportunidad de mostrar lo que había averiguado.

Sin embargo, en la mayor parte del tiempo, nadie me hacía ninguna pregunta, nadie pasaba a mi escritorio para empezar una profunda discusión acerca de mis profundas observaciones, y mis pesados reportes de conferencias desaparecían en la obscuridad.

Me di cuenta de que me había enfocado tanto en probar que valía la pena enviarme a la conferencia, que no aproveché casi nada de la oportunidad para mí.

En retrospectiva, comprendo que al enfocarme en lo que podía traer de regreso para los demás, me perdí uno de los grandes beneficios de ir a una conferencia en primer lugar: inspiración creativa.

"Sabemos que los avances muchas veces provienen de experimentar algo que se usa en un dominio y traer ese marco, enfoque o preguntas a un espacio completamente distinto", me dijo recientemente Monique Valcour, entrenadora ejecutiva, investigadora y conferencista, cuando platicamos sobre las conferencias.

Ella ha descubierto que la amalgama de personas y temas en las conferencias a las que asiste, la inspiran a intentar nuevas cosas y suelen llevar a sorprendentes oportunidades.

Valcour señala que ella y yo llegamos a conocernos porque hace años ella se sentó junto a uno de mis colegas de Harvard Business Review en una conferencia. Su conversación casual durante un receso eventualmente llevó a que Valcour se convirtiera en una escritora frecuente para HBR y a que yo recurra ahora a ella, buscando su consejo experto.

Una vez que desistí de ser la "superasistente", comencé a interactuar con mis compañeros de conferencia en forma completamente distinta. Los recuerdo, personalmente, y recuerdo sus áreas de entusiasmo.

Como gerente, cuando llegó el momento en que mis empleados fueran a conferencias, traté de practicar lo que había aprendido de la forma difícil. Si alguien estaba genuinamente emocionado acerca de una conferencia, sus expositores y el potencial de aprender, yo estaba feliz de apoyarlo para que asistiera.

Sin embargo, mi apoyo siempre iba acompañado de una sorprendente advertencia: No te molestes en traer un reporte del viaje. No te preocupes por demostrar que valió la pena mandarte. Solo ve y vive el momento mientras estés ahí. No espero nada a cambio, excepto, quiero saber que has pensado cosas diferentes, conocido a nuevas personas y regresaste inspirado por nuevas ideas. No necesito ninguna prueba, solo tu palabra.

(Karen Dillon es la antigua editora de Harvard Business Review y coautora, con Clayton Christensen y James Allworth, de "How will you measure your life").

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