Por AUGUSTO DOS SANTOS

PERIODISTA

En diciembre de 1970 la mano venía mal para dos consagrados norteamericanos: Richard Nixon, cuyo vuelo iba directo a retratarlo como el primer presidente norteamericano en perder una guerra (Vietnam), y Elvis Presley, atorado en una rarísima combinación de frustración por la arrolladora fama-Beatles ya dominante en los Estados Unidos (odiaba que unos ingleses mal vestidos le robaran la atención) y su bizarrísimo pregón contra las drogas.

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Fue el 21 de ese mes cuando imprevistamente el "Rey del Rock" visita la Casa Blanca y pide hablar con el presidente sin anuncio alguno. Duró solo dos horas la deliberación de los asesores del presidente para encontrar que Nixon estaba deprimido en su popularidad con los jóvenes de la nación y que era "buena onda" recibir sin mayores dilaciones al excéntrico cantante cuyo pedido era tan delirante como su vestimenta: quería una chapa de agente antidrogas del Gobierno de los Estados Unidos. Inventaron un trato y se la dieron.

En los gestos comunicacionales de la política todo se remueve (principalmente las diferencias) cuando se trata de establecer una acción que reporte rédito a la estabilidad, la gobernabilidad y el buen gobierno.

Pese a ello, en los valles políticos del Paraguay se sigue alentando esa estúpida concepción de la política de los buenos y malos en tanto cualquier cabo ranchero sabe que las trincheras que solo sirven para dos objetivos: disparar y esconderse. Ninguno de ellos es útil a la democracia.

Además esa polaridad política está enrarecida en el Paraguay por bolsones que reviven una dinosáurica tensión de discursos de la guerra fría, que solo ha traído desgracia y dolor, lección que parece no entender nunca la clase política de todos los colores. Ni el fracasado discurso antihegemónico sesentista ni el macartismo impresentable salvarán al Paraguay.

A esta altura ya hay una razón de estado por la cual los sectores que se aíslan en la incomunicación tienen la obligación de comunicarse, dialogar y encontrar "la salida este gris laberinto" (Sabina dixit).

Mediáticamente puede que nos encante la agenda de corrosión y vilipendio que se desata cada semana entre el oficialismo y la oposición, con teatro central en las sesiones de los jueves de Senadores; pero esa es apenas una parte de la obligación democrática que tienen estos actores pagados por el pueblo (Ejecutivo y congresistas).

Aparte de gobernar y oponerse al Gobierno, estos actores también tienen la obligación de hallar el tiempo para consensuar. Sin consenso no se puede .

El Gobierno debe asumir que este es un juego que lo corroe y la oposición debe entender que nadie recuerda a nadie en la historia solo por oponerse. La diferencia debe ser la base del consenso.

Si no creen recuerden aquel otro diciembre, de 1959, cuando el presidente victorioso del Día D, Dwight Eisenhower, produce su gira europea y se resiste a visitar la maloliente dictadura de Francisco Franco. La diplomacia española filtró un pensamiento muy sencillo: "que pena, llamaremos a Nikita" (Nikita Serguéievich Jruschov, presidente de la Unión Soviética), frase que hizo cambiar los planes y en navidades de ese año el avión del presidente norteamericano se posó en Madrid.

Conclusión: el día en que algún diálogo sea imposible para la política, avisen, es porque nos vamos a la B.

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