Elena Iwatani es una nikkei (desciendiente de japoneses nacida en el país) que se enamoró de este tejido paraguayo tan elaborado. Cuando tuvo que mudarse al Japón hace seis años, decidió que transmitiría el encanto de nuestra cultura en Oriente.
Por: Jazmín Gómez Fleitas
Elena (54) nació en la Colonia Yguazú del departamento de Alto Paraná. Su fluidez en guaraní le facilitó el aprendizaje de las distintas tramas o dechados del ñandutí, que casi alcanzan los 200. Reciben el nombre de la fauna y flora local, como por ejemplo: arasa poty (flor de guayaba), jatevu (garrapata), panambi (mariposa), y así sucesivamente.
Si bien su maestra fue otra nikkei, ella quería perfeccionarse en el arte. Fue hasta Itauguá, cuna de nuestro tejido de araña artístico, para que las mismas tejedoras que lo han aprendido como legado familiar le enseñasen. Se encariñó con ellas y las llegó a comprender. El ñandutí no se enseña en institutos; uno lo aprende en la casa, con las abuelas, las madres o las tías. Elena teje desde hace 10 años.
Conoció a Chiquita Martínez, quien elevó este tejido a la categoría de arte y a quien todos los que desean aprender de este tejido, acuden o entrevistan. "Ella es la Bjork del ñanduti", sentencia el cronista argentino Sebastian Hacher, porque para ella "la prioridad es el control artístico y el dinero un accesorio". Fue ella quien recopiló los 170 dechados del ñanduti y Elena en las fotos de esta nota, viste un chal en blanco y negro realizado por la propia Chiquita que el quien pudiera pagaría fortunas por tener (y que cuenta con una falda a juego).
Se fue a vivir al Japón, país natal de su marido. A él lo conoció en Paraguay, a donde vino como funcionario de la JICA (Agencia de Cooperación Internacional del Japón), y cuando debió regresar, ella fue con él. "Él está orgulloso que yo sea paraguaya y no quiere que me nacionalice", cuenta entre risas.
Y fue allí que su amor al país salió a flote, cuando escuchó de una marca argentina que utiliza el ñandutí en sus diseños, pero presentándolo como un tejido argentino. "Eso me molestó mucho", señala Elena. "Soy celosa de nuestro tejido y ahí dije: 'Tengo que hacer que se conozca'". Así empezó a dar clases en Tokyo. Lo que empezó hace seis años en la sala de su casa como un pasatiempo, creció hasta dar forma al Instituto de Ñandutí Mie Elena que hoy cuenta con más de 100 alumnos.
No pasa un año sin volver
Elena, incapaz de desconectarse de la cultura que adoptó como suya, viene cada año al país. Éste fue uno muy especial, ya que se cumplen 80 años de la inmigración japonesa en Paraguay. Desde la organización, sabiendo de su gran amor y arraigo a esta tierra, le pidieron que elaborase un kimono en ñandutí para demostrar de una manera más gráfica, la fusión de ambas culturas.
Lo confeccionó con ayuda de sus alumnas, siete de las cuales la acompañaron ahora y quienes visitaron por primera vez el país. Quedaron enamoradas de la cultura y ella hizo de guía turística, llevándolas a conocer Itauguá, a Chiquita, a las demás tejedoras que siguen manteniendo viva la tradición y al Museo Municipal que se reabrió recientemente.
"Una carpetita de 20 cm lleva fácilmente un mes de trabajo", explica. Así que no imaginamos cuánto les habrá tomado hacer ese kimono tejido totalmente de ñandutí en color negro, especialmente elaborado para el desfile que se realizó en conmemoración del aniversario, el cual estuvo exhibiéndose en la Embajada Japonesa. Añade además, que el tiempo de realización es uno de los factores por los cuales más tejedoras están dejando de hacerlo.
"Me sorprende cómo cada año veo menos tejedoras", confiesa Elena. Y una de las razones por las que siempre vuelve es justamente para ayudarlas a que continúen con este legado cultural-familiar. Además, una de sus principales motivaciones para continuar su enseñanza en el Japón aparte de divulgar la cultura, es ayudar a las tejedoras a ampliar su mercado. Al comienzo, las japonesas pensaban que el costo del tejido era elevado, pero una vez que iniciaban su aprendizaje con Elena, se daban cuenta que de que valía cada centímetro.
Sus alumnas en Tokyo van a las clases como un pasatiempo, para desestresarse y compartir un momento en compañía de sus amigas. Elena aprovecha sus clases para hablarles de nuestra cultura y les invita chipa guasú, chipa o empanadas de mandioca que ella misma prepara. A ellas no les daría el tiempo para elaborar ninguna de las prendas que viste Elena cuando les enseña; todo eso lo compran de las máximas profesionales en la materia: las tejedoras de Itauguá.
De Paraguay al mundo
Cada año, en las ferias de turismo internacionales que realizan en Japón, Paraguay está presente. Elena es una activa voluntaria de las actividades culturales en el stand de la Senatur. Se viste con las faldas típicas acampadas elaboradas enteramente en ñandutí y me confiesa que la ropa resalta entre la multitud. "Lo que más me gusta del ñandutí son los colores", me dice con una gran sonrisa y su calma característica.
Tiene un libro didáctico titulado El encaje tradicional del Paraguay del color del arco iris, enteramente en japonés. Allí se enseña paso a paso cómo bordarlo y los nombres de cada dechado, la historia, la técnica, el significado para el pueblo paraguayo, las tejedoras y mucho más. Ahora está en proyectos de hacer también una versión en español.
Nos despedimos admirando las muestras de los dechados que guarda con tanto celo en un estuche que lleva con ella y me cuenta que desde el 6 hasta el 11 de junio se realizó una exposición de ñanduti en Tokyo, donde también hubo un concierto de arpa a cargo del paraguayo Enrique Carrera. Él integra el dúo Sonrisa junto a su esposa japonesa Matsuki Arisa. Y para rematar, revela de manera pícara: "Las artistas mueren por los vestidos de ñandutí".