Susy Delgado es una de las voces referentes de la literatura paraguaya y ocupa un lugar muy especial en el acervo de la poesía en guaraní. A punto de presentar un nuevo poemario, "Yvytu yma", habla sobre su obra y sus recuerdos.
Como llevada por el viento, la charla con Susy Delgado corre por diversos senderos. Viene con el "Yvytu yma", su nuevo poemario que será presentado el próximo 26 de mayo, conmemorando 30 años de su primera publicación literaria (el poemario "Algún temblor extraviado"). Traspasa recuerdos, los cuentos que su abuelo le contaba al costado del fogón, ese tan simbólico tataypy, indeleble en su memoria y su obra; la lleva a su amor por la danza, a sus años en el periodismo, y cruza por reflexiones sobre la literatura paraguaya y en especial sobre el guaraní, sobre su lucha y su presente.
Los años transcurridos en el sendero de la cultura no fueron solo de una importante producción literaria, especialmente en el campo de la poesía bilingüe guaraní-español, sino también fueron de un proceso de reflexión profunda y constante sobre su propia escritura. "Yvytu yma" es en cierta medida reflejo de ese proceso. Hoy la escritora se ve ante el horizonte de la globalización de la cultura, de las lenguas. Un tiempo tan revelador como complejo al que hay que ingresar a tientas, descubriendo y asumiendo.
"Yo ya no puedo evitar que fui experimentando mucho y fui caminando al paso de la recuperación de mi lengua y al paso de la reflexión sobre mi lengua. Al principio me parecía que escribir en castellano y en guaraní correspondían a dos territorios diferentes, de mí misma y de mi creación, pero después, con los años, comencé a notar que esos territorios se conectaban y que cotidianamente conviven y se mezclan, a veces dialogan y a veces se contradicen, y a veces oñokarãi hikuái (a veces riñen). Sería muy largo entrar en detalles sobre todo lo que reflexioné a partir de eso, pero creo que realmente ya vivimos en una Babel irremediable", dice la escritora.
-Hoy la mezcla va más allá del jopara
-Yo suelo decir que hace mucho superamos el jopara y estamos ahora en el guarara (bromea sin dejar de decirlo en serio), porque ya no es solamente el guaraní con el castellano lo que mezclamos, sino que tenemos una mezcolanza infernal: está el inglés, está todo lo que nos llega del Río de la Plata y después un montón de acentos y de voces de todas partes que vienen de las películas, las telenovelas, el fútbol, las canciones... Y no podemos evitar ya eso. La lengua no es como me gustaría, la lengua es lo que es, la lengua es como el pueblo la hace. Y hay cosas que a mi todavía me patean el hígado, pero tengo que respetar la lengua viva.
Llegó entonces un momento en que me di cuenta de que el escritor debe asumir ese guarara. Hay que dejar de demonizar la mezcla y asumir, porque es parte fundamental de nuestra realidad. Con eso vivimos, con eso respiramos, con eso trabajamos. Y creo que el escritor, que es justamente la materia prima de la lengua, tiene que asumir eso y tiene que intentar, en algún sentido, lo que hizo Emiliano (Emiliano R. Fernández), mezclar, mezclar sin empacho, sin temores e intentar también, modestamente, una estética. Emiliano hizo algo muy osado y nos dejó una lección que no hemos aprendido bien hasta ahora. Debemos intentar una estética con el guarara que tenemos.
Yo soy partidaria de las ediciones bilingües. Por eso vengo trabajando en el campo de las traducciones desde hace años. Y le hice la liga, como se dice, a mis compañeros poetas en lengua guaraní y fueron de a poco convenciéndose y entrando en las traducciones. Esa es una ventana importantísima para la lengua guaraní, porque si no se queda encerrado dentro del pueblo que la conoce y nada más. Y esta lengua, que es un recipiente cultural riquísimo, tiene que llegar a mucha más gente como todas las lenguas. Y esa es la forma, a través de ediciones bilingües.
-¿Te forzaste a hacer ese ejercicio de asumir?
-No, creo que fue surgiendo naturalmente. Lo que sí me fuerza es lograr un resultado que me satisfaga. Yo trabajo mucho, mucho sobre mis textos. Ese primer borrador no me cuesta nada. Lo largo y que salga lo que salga, pero después el recorte, el hachazo, es lo que me cuesta. Soy muy exigente y con los años me fui volviendo más y más exigente. Creo que me fui volviendo más buscadora de lo esencial, de lo desnudo, de una poesía despojada, tratando de sacar todos los "floripondios" posibles y dejar lo esencial.
Hay muchas cosas que no son bellas, y la poesía se hace con todo eso. La poesía se hace con lo feo, con lo triste, con lo cruel, con lo macabro. No solamente con lo bello. Particularmente no creo en la poesía que solamente habla de lo bello y de lo grato, lo que no te incomoda. Tiendo a preferir la poesía que habla de lo más profundo del ser humano, así sea feo, así sea terrible... Esa es la poesía que más admiro.
La mayoría de los poemas de "Yvytu yma" son tristes, si no directamente amargos. Es una especie de reflexión sobre el tiempo. El yvytu que dice en el título es el tiempo, que pasa sin darnos chance a que nos quedemos con algo, se va llevando todo. En algunos momento le reto, che pochy pe yvytundi orahapa che hegui opamba'e (me enojo con el viento que se lleva todo de mí). Pero no hay nada que hacer.
-Es una batalla contra el viento
-Es una batalla inútil. En algunos momentos, dentro de ese pasar del viento indomable, voy contando algunas cosas que en este momento de mi vida me lastiman, me golpean mucho, tanto de mi país, como de otros lugares, porque hoy en día creo que ya no somos de un solo lugar. Somos planetarios. Entonces hay mucha tristeza, tal vez mucho descreimiento.
LOS RECUERDOS
Entre esos recuerdos que desafían al viento hay momentos tanto felices como tristes. Uno de los gratos, que se ubica entre las más lindas experiencias en sus años de trabajo en la cultura, fue la serie de talleres literarios que realizó en algunas ciudades del interior del país, de donde recogió un enorme cúmulo de obras de grandes valores anónimos, escondidos, olvidados, a quienes rescató en alguna medida en antologías publicadas hace un tiempo atrás.
-¿Qué te motivó a ir a buscar poetas del interior?
-Fui buscando esas voces que están allí esperando un poco de apoyo, esperando un poco de orientación, y confirmé lo que yo ya preveía: que el interior está lleno de ese tipo de voces, de poetas populares jóvenes y no tan jóvenes, y entre ellos gente de mucho talento, realmente asombroso en algunos casos.
Esto se hila con lo yo venía haciendo de a poquito ya de hace tiempo, porque no sé ni cómo, la gente fue sabiendo de una señora Susy Delgado que se dedica al guaraní, ha ou oguahê hikuái che rendápe ha ogueru la ikuadernomi ha ogueru la iñe'epoty ha ohechauka chéve... (y fue llegando gente junto a mi, trayendo su pequeños cuadernos, trayendo su poesía para mostrarme), queriendo consejos o algunas orientaciones. A esta altura tengo toneladas de esas cosas, como para una antología de miles de páginas. Yo soy muy partidaria de las antologías porque creo que es el camino para que se conozca un poquito lo que se hace en Paraguay. Creo que hay que hacer antologías y enviarlas afuera.
-¿Y escriben en guaraní?
-La mayoría. Al principio cuando empecé esos talleres creí que iba a encontrar un poco de resistencia o mayoritariamente gente que quería escribir solo en castellano. Pero no, encontré lo contrario. Algunos tienen algunos problema en la escritura, pero eso es secundario, creo yo, cuando hay talento. Tienen un manejo verbal natural, que yo creo que les viene de la canción popular. Creo que la escuela que en realidad tenemos en Paraguay, la escuela de poesía, es la canción popular. En la educación formal hemos aprendido muy poco de poesía, es muy endeble, muy parcial la enseñanza de la poesía. Entonces nuestra formación viene en un 80% de la canción popular, y esa es la razón por la cual los poetas populares manejan muy bien la métrica y la rima.
-Te llevo un poco más en el tiempo: ¿Dónde quedó la Susy periodista?
-En la añoranza más profunda. Lo extraño muchísimo. A veces me pregunto si sería capaz todavía de trabajar en una redacción. Supongo que habrán cambiado muchas cosas. Pero se quedó como una de las experiencias más ricas de mi vida y a veces añoro profundamente ese ambiente de las redacciones, esa vitalidad, ese lenguaje tan libre que hablamos en las salas de redacción...
Conste que yo tardé muchos años en sentirme periodista. Recuerdo que los primeros años me sentía una jagua kanoa, por ese apuro que hay en las redacciones. Ahí parece que nacía ya la escritora que buscaba otro ritmo, buscaba la calma, masticar mucho la redacción. Y mis jefes se volvían locos... (ríe).
-Y antes estuvo la danza. ¿Se fueron superponiendo las cosas o fuiste optando?
-Y un poco la vida que te empuja hacia un lado y te aparta de otro. La danza fue un gran amor para mí desde chiquilina. Yo tuve una infancia muy humilde, mis abuelitos con quienes crecí eran agricultores muy modestos, la danza obviamente era cosa de otro mundo para nosotros, pero me gustaba levantar polvareda bajo el mango desde chiquita. Pero empecé muy tarde la academia, cuando fui a Buenos Aires, a los 20 años, ahí recién comencé a estudiar. Aun así me dediqué mucho tiempo, después ya tuve un hijo, la vida se complicó y tuve que optar entre la literatura y la danza. Eso sí, desde el periodismo me dediqué a hacer mucha cobertura de danza, tengo mucho material de archivo de eso.
Yo crecí con mis abuelos prácticamente, así que para mí su figura es una de las más importantes. Ellos, quizás sin proponérselo, sin imaginarse lo que me dejaban, me dejaron la lengua, el guaraní. A veces cuando me preguntan sobre los autores que más me influyeron, les digo que la influencia más profunda que tuve para convertirme en escritora, son los cuentos de mi abuelo. Los cuentos que me contaba junto al fuego. Y esas imágenes están en toda mi obra.
Fuente: IDEAS + PALABRAS (Suplemento cultural de los domingos del diario La Nación).