Por Gabriela Teasdale, Socia del Club de Ejecutivos
No importa quiénes somos o de dónde venimos, todos tenemos un destino. Hace más de un año conocí a una persona extraordinaria, llena de paz, energía y amor. Nunca nadie hubiera imaginado el calvario que tuvo que soportar. Una mujer que se reinventó como persona, madre y profesional. El papa Francisco dijo cuando visitó el Paraguay que las mujeres de este país eran las más gloriosas de América, y Martina es un claro reflejo de ese enunciado.
Todo comenzó cuando a los veintiún años conoció a quien creía era su gran amor. Luego de un tiempo de noviazgo, la pareja contrajo matrimonio y fruto de esta unión nació una hermosa niña llamada Lucía. Martina y José formaron un hogar en el que reinaba el amor y su relación parecía sólida. Pero luego ella comenzó a notar cambios en la conducta de su esposo. Al principio eran solo escenas de celos, que dieron paso a agresiones verbales y pronto se convirtieron en ataques físicos.
Martina apostó por su matrimonio mientras pensaba que el comportamiento de su marido sería pasajero. Pero se equivocó. El maltrato se multiplicó y dejó de limitarse únicamente al ámbito privado: sufría escenas de violencia en el supermercado, en restaurantes y eventos sociales. Para José era normal pegarle a su esposa y lo hacía delante de cualquiera, incluso de su pequeña niña.
Luego de consultar a varios profesionales que le aconsejaron poner fin a ese vínculo destructivo, Martina tomó por fin la decisión de separarse. Pasaron nueve meses hasta que en la madrugada de un 13 de febrero, en un arranque de furia incontenible, José descerrajó setenta tiros a la casa de su familia política, en un atentado contra la vida de su esposa y de su propia hija. Fue un milagro que nadie resultara herido. La única explicación que encontraron es que Dios las protegió. El hombre fue condenado a quince años y se encuentra en prisión desde hace nueve.
Esta historia marcó para siempre la vida de Martina y de su hija, quienes tuvieron que volver a empezar, a pesar del dolor y la angustia que sintieron. Y salieron adelante guiadas por la fe y el amor mutuo. Martina comprendió que solo podría acabar con la violencia si dejaba a un lado sus miedos, y se convirtió en un ejemplo para su pequeña y para muchas otras mujeres.
Martina se transformó en una mujer fuerte y valiente.
La única forma de vencer nuestros temores es enfrentándolos. No podemos evitar tener miedo ante las malas experiencias, pero cada vez que sintamos que la tierra se mueve regresemos a nuestro interior. Solo así seremos capaces de manejar cualquier sacudida en el instante en que nos reconocemos e identificamos nuestras fortalezas. Es en ese momento cuando nos reencontramos con nuestra tenacidad, coraje, disciplina y determinación.
La adversidad nos lleva a un profundo aprendizaje. "Mi casa se quemó, ahora puedo ver la Luna", decía el poeta japonés Mizuta Masahide. Luego de superar la adversidad nos damos cuenta de que todavía respiramos, de que hemos sobrevivido. Y de que estamos iniciando un nuevo camino.
Maya Angelou, en su poema "Nuestras abuelas" dice: "Salgo adelante sola, pero me mantengo de pie como diez mil". Piensa por un instante en tu propia historia, no solo donde naciste o creciste, sino en las circunstancias que contribuyeron a que estés aquí y ahora. ¿Cuáles fueron los momentos que te hirieron o asustaron? Sí, probablemente hayas tenido momentos de dolor. Pero lo maravilloso de todo es que aún estas aquí, todavía de pie.