Por Pablo Noé
Editor adjunto
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El inicio del proceso de cambio profundo de la sociedad es una transformación real de la educación. Este es un objetivo que debe ser general, involucrando trasversalmente a todas las instituciones del país. Para conseguir esta meta, es fundamental e impostergable la participación de todos los actores que interactúan en nuestra comunidad.
El resultado de este gran acuerdo tiene que desembocar en el establecimiento de políticas públicas, bajo las cuales, se deban establecer los procedimientos que apuntalen el sistema educativo, en el más amplio sentido de la expresión. Allí no pueden existir colisiones de intereses, medias verdades, caminos sin salida y métodos que sean confusos. La claridad debe facilitar el desarrollo de estas ideas, y que las mismas puedan ser llevadas a la práctica.
Un elemento clave de esta ingeniería compleja es la adaptación de los esquemas a la realidad de nuestro país. No se pueden olvidar las raíces genuinas del paraguayo, en función a su contexto, creencias, expectativas y cultura en general. Una vez establecidos estos parámetros, la conclusión puede ser mucho más cercana a lo que se espera como punto de inicio del cambio.
La sociedad del conocimiento en la que estamos inmersos es otro tema que debe ser insertado. Todo el trabajo educativo debe apuntar, desde el reconocimiento de una realidad social específica, a un mundo cada vez más pequeño en tiempo y distancia, al que se debe implantar para competir con otras comunidades que presentan avances más considerables.
Mientras sigamos enfrascados en luchas, donde solamente se pongan etiquetas o enemigos a los cuales se debe vencer, sin que haya una idea contundente a la que se aspira, todo el esfuerzo será en vano. Seguiremos contando batallas ganadas o perdidas, en donde las victorias serán pírricas y las derrotas coyunturales. Se agotará el pleito en sí mismo, sin lograr trascender para alcanzar un nivel de mejora seria.
Las fórmulas que se establezcan como alternativas deben tomar en cuenta los intereses de todos los sectores y estar orientadas por personas especializadas, para evitar situaciones que puedan parecer ilusionantes, pero que terminen en grandes decepciones. Para graficar la idea, solamente debemos remitirnos a los hechos que marcaron la agenda educativa en los últimos meses.
Siempre se consideró que el grave problema de la educación radicaba principalmente en la falta de recursos. Por eso se creó la Ley del Fonacide, con la que se blindarían recursos para inversión educativa. Esto no pasó de la teoría a la práctica, y se evidencia en los paupérrimos resultados de la administración de estos fondos. El desvío, mal uso de recursos y denuncias de corrupción son la tónica que resume el resultado de este planteamiento.
El cambio de autoridades sin que se transforme el sistema tampoco favorece a aumentar la calidad educativa. Después del proceso del UNA no te calles, salieron autoridades, aunque prácticamente nada varió en la manera en que se administran los recursos financieros y la educación dentro de esta casa de estudios.
La movilización estudiantil, que finalizó con la renuncia de la ministra Marta Lafuente, una vez más demostró la fuerza de la participación juvenil, además de concitar todo tipo de apoyo ciudadano. Sin embargo, el cambio de nombres sin una idea diferente de gestión traerá más ilusión dilapidada, sin resultados que sean eficientes como espera la ciudadanía y necesita la nación.
En este tiempo en donde el debate educativo vuelve a ser motivo de análisis, es clave apostar a un cambio real, en donde todas las voces tengan participación. En donde se prioricen ideas para fortalecer el proceso, que como se evidenció no es sencillo y requiere de un tiempo importante para mostrar sus primeros resultados. Si no comprendemos que es impostergable este debate, seguiremos cambiando nombres sin que el resultado sea del agrado de la sociedad. Por eso, el siguiente paso que demos como sociedad es clave.