Por Pablo Noé

Editor adjunto

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Carlos Ibáñez sigue libre. Como hace casi 25 años. Deambula por las calles de nuestro país con la misma impunidad con la que arribó, escapando de la justicia de su país. Eludiendo de su responsabilidad por denuncias que no solamente tienen una carátula muy pesada, sino que traen detrás una carga emotiva importante para los 10 denunciantes, sus familias, y quién sabe cuántos más que callan el dolor por temor.

Su llegada a nuestro país pudo haber sido maquillada por quienes protegiéndolo privaron a una comunidad, la de Bell Ville provincia de Córdoba, de intentar cerrar profundas heridas que quedaron tras los tristes incidentes que se conocieron a principios de los 90 en esa pequeña y conservadora población argentina, que se vio conmocionada por los hechos. Una cicatriz que sigue entreabierta luego de tantos años, al decir que sus pobladores que tienen a flor de piel y en la memoria, los capítulos de esta historia.

La enseñanza llegó para esa comunidad. Talvez de la forma más infausta, ya que tuvieron que sufrir el dolor del engaño disfrazado de mensaje divino, de la omnipotencia de instituciones traducida en impunidad para los responsables, de sufrimiento extremo reflejado en el rostro de chicos. La peor expresión de la angustia se expresó abiertamente en esa localidad, tocando la puerta de humildes casas, y estremeciendo hasta las lágrimas los corazones de inocentes.

Tantos años después, con las publicaciones de La Nación Investiga, en Bell Ville tuvieron que revivir este pasado doloroso, lo que significó una oportunidad más para recordar lo inolvidable, e intentar buscar una vez más, respuestas que originalmente no fueron satisfactorias; sino muy por el contrario, siempre estuvieron cargadas de sentimientos de impotencia y arbitrariedad.

Para nuestra sociedad también se plantea un nuevo escenario, quizá algo opacado por las discusiones de presunta censura y de luchas de poder, cuando en realidad también debiéramos analizar las implicancias de esta cuestión. La manera en la que el silencio sigue siendo la tónica, cuando estamos hablando de una persona que basó toda su historia en mentiras para posicionarse en el sitio en el que se encuentra, dentro del plano eclesial y académico.

Al margen de ese debate que fue amplio y continúa, el objetivo de este razonamiento es agregar otro factor al análisis global del tema: la participación de la gente. Hasta el momento fue muy pálida y limitada. En parte se comprende esta reacción por la fuerte base conservadora de la sociedad que teme exponer sus experiencias, para nada agradables. También influye el descrédito de las instituciones de nuestro país.

El control social debe ser un elemento clave para fortalecer acciones que buscan desvelar situaciones que son denigrantes. La fuerza de la masa hará que se tengan mayores elementos para que los organismos que deben accionar comiencen a hacer su tarea. A la vez servirá como plataforma para que se eliminen las manzanas podridas de los organismos que destruyen la credibilidad de las instituciones.

Para alcanzar este objetivo es clave que la gente se empodere de estos escenarios, asuma un rol protagónico y sea consciente que su fuerza es la que va a llevar a concretar efectivamente los cambios que se necesiten en la sociedad. Si esta transformación no se efectiviza, los discursos de líderes prestigiosos o las iniciativas que intenten encontrar respuestas terminarán como grandes enunciados, cargados de emoción, pero vacíos de eficiencia.

Ibáñez es la referencia del momento porque su caso es conocido y generó indignación. Existen muchos otros que debieran estar bajo la atenta mirada ciudadana. El compromiso es de todos, el beneficio ayudará a construir un país mejor. Así funcionará esta historia.

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