ANTONIO CARMONA

Periodista

El Juan de Salazar hizo su fama como centro de resistencia a la dictadura estronista; paradójicamente, fue inaugurado por el mismo Stroessner. Venía a substituir al Instituto de Cultura Hispánica, hasta entonces centro de la diplomacia cultural española en Iberoamérica, de raigambre franquista… del Generalísimo, no del León Karê del Chaco.

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La preinauguración, sin embargo, tuvo ya la marca de la contradicción, de una época en que España iniciaba su transición a la democracia, que el Paraguay ya reclamaba, pero que tardaría; y así nació, casi como la comunera ciudad de La Asunción, con un signo de rebeldía que anunciaba el nuevo espíritu de la España monárquica, rebelde al retardatario papel que le dejaba de herencia "El Caudillo"; una España que se resistía a morir, aunque agonizaba, y otra que empezaba a desperezarse, dando tantas señales de rebeldía, como de "amenazos" (en paraguayo, los ruidosos y amenazantes anuncios de tormenta).

El conflicto llegó aquí, el embajador de entonces e impulsor del proyecto, Carlos Fernández Shaw, que arrastraba la embajada franquista de Ernesto Jiménez Caballero, y el nombrado primer director, Javier Cabello, que venía con los aires de los printemps los "primeros tiempos", la primavera.

Días antes del acto, recién instalado el bronce conmemorativo con los nombres de las autoridades de los dos países cofundadores, Javier encontró que el del rey Juan Carlos figuraba bajo el de Alfredo Stroessner, y cuestionó que no correspondía al protocolo, ya que se trataba de un pequeño territorio español en Paraguay. El silencio auguró un mal destino del "nonato" centro cultural. El choque de las dos Españas parecía inevitable.

Dos personajes olvidados por la historia, el canciller paraguayo Don Alberto Nogués, un consumado pianista y amante de las artes, intermedió apoyando el protocolo diplomático y la inauguración siguió en marcha, con el ajuste de la placa.

Como suele suceder con los protocolos y sus rastros, nadie miró el bronce recordatorio el día de la inauguración, ni en lo sucesivo. Así que la anécdota pasó a la historia, es decir, al olvido, y el centro fue inaugurado, quedando sólo signado, como secuela del aldeano conflicto, el poco tiempo que duraría Cabello, el director fundador y protestón, en el cargo, y la pervivencia del centro, gracias a su efimeridad, hasta nuestros días.

El horno protector

La inauguración fue con tradicionales discursos, brindis y con un documental audiovisual sobre las Ruinas Misioneras, realizado por el cineasta español Ángel Llorente, con la colaboración de la actriz Pilar Díaz de Vivar y por quien esto escribe; Ángel es otro olvidado, aunque fundamental "César" en la decisión de que no había marcha atrás, impulsando el cruce del Rubicón; la tercera fue Doña Josefina Plá, quien, con su señorial estilo, evitaba figurar, pero apoyó y sostuvo el cruce crucial de esta historia. La suerte estaba echada, mirando hacia el futuro y hacia el pasado asunceno. El Salazar nacía rebelde, comunero.

Luego vendría Francisco Corral… simplemente Paco. Paco defendió el espacio tanto con uñas y dientes como con habilidad y diplomacia, pero sobre todo con "arrestos", como diría Don Ramón del Valleinclán.

El centro se convertiría en un nuevo vy'araity, salvando las distancias –el nido de la alegría que juntó a Josefina, a Hérib Campos Cervera, a Roa y tantos otros fundadores de la literatura paraguaya de la modernidad y del futuro–; otro horno protector de los horneros de la cultura paraguaya que anidaron allí y, al igual que el anfitrión, pusieron su creatividad y su coraje para seguir cantando, pintando, escribiendo, actuando en pro de tiempos mejores.

Así fue la historia del nacimiento del Centro Comunero, desde la crónica de este testigo, como todo cronista testimonial, envuelto en las brumas del recuerdo que se mezclan siempre, inevitablemente, con las del olvido.

PARA UN RECUADRO

Música y poesía fraternas

Al cumplirse los 30 años, se hizo una gran celebración, bajo la batuta del embajador Eduardo de Quesada y del director del Centro, Salvador Vayá; el invitado especial fue Paco Ibáñez, un cantautor español del exilio, que había hecho vibrar todos los escenarios, a más de europeos, del Río de la Plata, sin poder llegar aquí.

Lo acompañó en el escenario Ricardo Flecha; la presentación estuvo a mi cargo. Un Teatro Municipal repleto lo recibió con entusiasmo. Un concierto para recordar, pero sobre todo un encuentro creador fraterno: Paco practicó el guaraní con entusiasmo día a día, hasta antes de entrar a cantar y así cantó y grabó música paraguaya con Ricardo. El Salazar volvió a juntar España y Paraguay, y el rebelde espíritu comunero, que brota siempre en la poesía y en la música.

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