Por Pablo Noé
¿Cuántas veces nos quejamos de la suciedad que rodea nuestros barrios, pero cuando nos toca la chance de ser pulcros, aprovechamos que nadie nos mira para deshacernos de nuestras basuras en la calle, impunemente? Lo mismo pasa cuando decimos que hay que actuar de una manera, y en el momento de la verdad, hacemos exactamente lo contrario. En parte por nuestra esencia finita, en parte por nuestra comodidad.
Lo seguro es que la coherencia no siempre forma parte de nuestro día a día. A veces esa misma duplicación de conducta nos juega en contra. Eso nos resta credibilidad. Pensamos, amparados en la memoria frágil, que se puede engañar a los demás, aunque somos hijos del archivo. Es cierto, resulta imposible evitar los errores, o caer en estas incongruencias, aunque debiéramos entender que en ocasiones gran parte de la responsabilidad de la perpetuación de conductas sociales, que no son las ideales, tienen como origen esta réplica, con un agravante, no somos conscientes del daño que hacemos.
La mejor forma de enseñar y que el aprendizaje sea asimilado es a través del ejemplo. Pocas cuestiones son más contundentes que esta afirmación que desnuda de manera clara la forma en la que el hombre, desde su más temprana infancia, va asimilando los temas del entorno cercano y los incorpora a su vida.
Si mencionamos el valor integral de la educación aseguramos que la misma trasciende los límites de las aulas. En esta evaluación, dimensionamos la manera en la que socialmente en Paraguay transmitimos valores, vinculamos conocimientos y conjugamos ideas. En este contexto, es importante comprender que resulta imposible considerar que la experiencia del aula es el único insumo con el que educamos. Tampoco podemos resumir en la familia todo el bagaje de aprendizaje que se incorpora a cada persona.
Existe un ambiente comunitario del que extraemos insumos que incorporamos a nuestro comportamiento. La ciudadanía se construye desde la mirada que la gente común le da al manejo de las mismas. Así como cualquiera puede ser modelo ideal de conducta, las instituciones del país, ya sea estatales y las que operan en el sector privado, requieren de un alto grado de confiabilidad.
Allí es que debemos comprender la manera en que la debilidad institucional del país nos juega en contra. Resulta imposible que conceptos tan abstractos y que hasta pueden resultar impropios puedan incorporarse al ciudadano, si no pueden efectivizarse en la realidad. Por ejemplo, ¿cómo definir la justicia?, cuando existe un altísimo porcentaje de la población penitenciaria sobrevive en condiciones inhumanas, sin condena, víctimas de una realidad en la que el Estado debiera tener respuestas más claras.
En el mismo sentido, es imposible hablar de igualdad de oportunidades cuando seguimos teniendo ciudadanos de primera y de segunda categoría. Aquellos para los que la ley es un imperativo que cae con toda su fuerza y otros para los que la misma letra está totalmente muerta y sepultada.
Los procesos educativos son complejos y la múltiple cantidad de factores que intervienen hacen que la misma requiera de un análisis profundo, en donde los valores que se quieran instalar sean el norte que debe orientar las acciones. Ese debe ser un compromiso de todos los que quieren fundar una sociedad que pueda mirar con optimismo hacia el futuro. De lo contrario seguiremos enfrascados en luchas intrascendentes, en miradas tergiversadas de realidades acuciantes, en dogmas irracionales de cumplimiento automático. Con estos insumos básicos es imposible proyectar un escenario alentador. Sin ejemplos a imitar, todo se vuelve mucho más difícil.